Mi amada y vieja casa de la calle de los Judíos
dormía sobre el muro que la ciudad cerraba.
Tras ella un arroyuelo murmuraba tranquilo
bajo la dulce sombra de las higueras ásperas.
Yo soñaba en el muro;
a mis pies cantaba el agua…
Yo soñaba en el muro
cuando los ruiseñores despertaban al alba.
Cuando algunas palomas blancas
zureaban…
Y miraba a la sierra desde el muro
de mi amada y vieja casa.
Y mi patio tenía
una secreta columna enjalbegada.
Bajo la cal un sueño largo de siglos
en las vetas del mármol esperaba…
Hasta que un día mi padre
a la columna le lavó la cara
y al sol brillaron, en mi patio, divinos
jaspes de la Arabia…
Canarios y jilgueros
a la sombra de Agosto dormitaban…
Yo adoraba la siesta.
Yo su silencio y soledad amaba.
Mi patio y mis higueras, el muro y el arroyo
en luminosa orgía sesteaban.
Y para cantar versos
convertía mi garganta
en un laúd templado
en las jóvenes inquietudes de mi alma.
Y escuchaba el sopor de aquellos dúos
del arroyo y las chicharras
mientras bruma y calima
los lejanos cerros de Sierra Morena desdibujaban
y un romance de prisas monocordes
hacia el río, dulcemente, el arroyo entonaba…
Después gustaba de sentir en mi rostro
el calor de la tarde en el mármol de Arabia
y mis manos caricias prematuras
ensayaban,
igual que si la piedra
hubiese sido el talle de una guitarra
o la cintura mimbreña de una novia
o la acequia que esconde la frescura del agua…
Han pasado los años…
Nevó en los aladares del poeta que canta
¿Dónde fueron aquellas alegrías íntimas,
aquellas alegrías plácidas
del humilde arroyuelo,
de la siesta dormida, tórrida paz lograda,
mientras besaba el muro de canela
el rojo de los tomates que mi padre sembraba…?
Quizá siga durmiendo, entre las piedras,
con mi alma de niño, un suspiro de Arabia;
una kasida bella,
una sangre de flora musulmana,
o la perenne flor, inmarchitable,
de una ilusión que se volvió nostalgia…


Mi amada y vieja casa de la calle de los Judíos.
¡Mi vieja casa siempre amada!
Esta perla que tiembla en mis pestañas…
¿Es acaso una lágrima?…

Juan Morales Rojas

Fue liberal, apuesto y aristócrata.
Fue popular, fue clásico, elegante.
En las fuentes de Homero y de Virgilio
la frescura encontró de sus romances.
El vetusto museo de Talía,
entre el mosaico de sus maquillajes,
en el arcón dorado de los tiempos
guarda la gloria de sus personajes.
Prendido entre los vuelos de su capa
un ritmo azul se trajo de Versalles.
Tenía una finura diplomática
y una arrogancia de oficial de Flandes.
Y cuentan que la gracia toreadora
de un caballero de andaluces lares.
¡Valiente Duque liberal de España!
Brazo en las Cortes del cercado de Cádiz
que aborrece al francés y al rey de España
desprecia altivamente por cobarde.
¡Quién lo viera paseando la elegancia
de su figura en las estrechas calles
de Córdoba, en el siglo diecinueve,
o recitando quedo madrigales
junto a los hierros de cualquier ventana
donde el amor bajo la luna nace!
¡Quién lo viera en los riscos de Hornachuelos
por los picachos donde anidan aves,
dando forma al Romanticismo hispano
que fértil en su noble frente arde!
¡Quién lo viera entre peñas del Bembezar
soñando su Don Alvaro gigante,
descansando a la sombra recoleta
del solemne convento de los Ángeles!
¡Quién lo escuchara componiendo versos
por aquellas terribles soledades
diciéndole a las breñas solitarias
la canción fatalista de la tarde…
¡Valiente Duque liberal de España!
Clásico, popular, fino, arrogante…
Poeta desterrado de su tierra,
poeta de tragedias inmortales.
Córdoba teje hoy, por tu recuerdo,
una corona de laurel y azahares
y engarzada con versos de poetas,
entre las glorias de sus madrigales,
a ti. Duque poeta, te la ofrece
¡Y que la ciñan en tus sienes ángeles!

Juan Morales Rojas

Me gustan los que pasan por la vida
Con paso lento y con mirar tranquilo;
Que nada esperan pues lo tienen todo
Porque son hombres dueños de sí mismos.

Miran de frente al sol de cada día
Saben que, fatalmente, está previsto
El final de las horas que recorren;
Dónde empieza y termina su camino.

Me gusta el que aprendió filosofía
En el disfrute de un vivir pacífico,
Sin saltar en la frontera en que terminan
Las posibilidades de uno mismo.

Los que llevan la rúbrica encendida
Del rayo de un vivir sin enemigos,
Ambiciones, las justas; las precisas
Para que en él se cumpla su Destino.

Ilusiones, las propias del que sabe
Que el tiempo del perfume siempre es mínimo.
La pena compensar con la alegría
Y buscar la alegría en lo sencillo;

En un amor tranquilo y hogareño
Entre la clara risa de los hijos.
Tan profundo y tan sabio será el hombre,
Que sepa ponderar con equilibrio

Un vivir que le puede dar placeres
Y a la vez exigirle sacrificios
Sin romper la armonía cotidiana;
Sin alterarle su vivir tranquilo.

La envidia debe ser un sentimiento
Por bajo y por ruin, desconocido.
No le va bien a la salud del alma
Ni sufrir puede el cuerpo su castigo.

De todos los pecados capitales
El orgullo es, sin duda, el más ridículo;
¿Quién puede señalar las calaveras
Mohosas de los pobres y los ricos?

¿Y atesorar riquezas que no puedes
Hombre de Dios, después llevar contigo?
Cuando te vayas, déjale a tus hijos
Todo lo que es riqueza de espíritu:

Ciencia, Trabajo y Fe, noble Cultura,
Tu honroso ejemplo, tu recuerdo…y libros.
No colecciones los amores fáciles,
Pobre coleccionista de loa vicios

¿No ves que desperdicias simiente
Entre estériles piedras del camino?
No ignores el sabor grato y humilde
Pero sabroso de ese pan y vino

Que tú desprecias porque con manjares
Constantemente adulas tu apetito.
Me gustan los que pasan por la Vida
Disfrutando de arpegios y de trinos,

Del cantar de la lluvia sobre el campo
Donde se mecen los dorados trigos,
Donde florecen rojas amapolas,
Donde la tierna brisa es un suspiro.
Me gustan los que pasan por la Vida
Con paso lento y caminar tranquilo…

Juan Morales Rojas