¿De dónde alegre vienes
tan suelta y tan festiva,
los valles alegrando,
veloz mariposilla?

¿Por qué en sus lindas flores
no paras, y tranquila
de su púrpura gozas,
sus aromas espiras?

Mírote yo, ¡mi pecho
sabe con cuánta envidia!,
de una en otra saltando
más presta que la vista.

Mírote que en mil vuelos
las rondas y acaricias:
llegas, las tocas, pasas,
huyes, vuelves, las libas.

De tus alas entonces
la delicada y rica
librea se despliega
y al sol opuesta brilla.

Tus plumas se dilatan,
tu cuello ufano se hincha,
tus cuernos y penacho
se tienden y se rizan.

¡Qué visos y colores!,
¡qué púrpura tan fina!,
¡qué nácar, azul y oro
te adornan y matizan!

El sol, cuyos cambiantes
te esmaltan y te animan,
contigo se complace
y alegre en ti se mira.

Los céfiros te halagan,
las rosas a porfía
sus tiernas hojas abren
y amantes te convidan.

Tú empero bulliciosa,
tan libre como esquiva,
sus ámbares desdeñas,
su seno desestimas.

Con todas te complaces;
y suelta y atrevida
feliz de todas gozas,
ninguna te cautiva.

Ya un lirio hermoso besas;
ya inquieta solicitas
la rosa y de ella sales
tras un jazmín perdida.

El fresco alhelí meces,
a la azucena quitas
el oro puro y corres
tras una clavellina.

Vas luego al arroyuelo;
y en sus plácidas linfas,
posada sobre un ramo,
te complaces y admiras.

Mas el viento te burla
y el ramillo retira,
o salpicas tus alas
si hacia el agua lo inclina.

Y al punto en presto vuelo
te tiendes divertida
lo largo de los valles
que abril de flores pinta.

Ahora el ala abates,
ahora en torno giras,
ahora entre las hojas
te pierdes fugitiva.

¡Felice mariposa!,
tú bebes de la risa
del alba, y cada instante
placeres mil varías.

Tú adornas el verano.
traes a las floridas
vegas con tu inconstancia
el gozo y las delicias.

Mas, ¡ay!, mil veces fueran
mayores aún mis dichas,
si fuese a ti en mudarse
mi Doris parecida.


Juan Meléndez Valdés

Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,

de que alegres guirnaldas,
con gracia peregrina
para ambos coronarnos,
su mano disponía.

Así en niñeces tales
de juegos y delicias
pasábamos felices
las horas y los días.

Con ellos poco a poco
la edad corrió de prisa,
y fue de la inocencia
saltando la malicia.

De suerte que al mirarme
Dorila se reía,
y a mí de sólo hablarla
también me daba risa.

Si yo le daba flores
el pecho me latía,
y al ella coronarme
quedábase embebida.

Con esto ya una tarde
después de mil sencillas
promesas de mi pecho

se halagaban amigas,

y de gozo y deleite,
cola y alas caídas,
centellantes sus ojos,
desmayadas gemían.

Alentonos su ejemplo,
y entre honestas caricias
nos contamos turbados

le dije las fatigas:

Oyolas bien y al punto
voló de nuestra vista
la niñez, y por ella
nos dio el Amor sus dichas.


Juan Meléndez Valdés

Pensaba cuando niño
que era tener amores
vivir en mil delicias,
morar entre los dioses.

Mas luego grandecillo
Dorila cautivome,
muchacha de mis años,
envidia de Dïone:

que inocente y sencilla,
como yo lo era entonces,
fue a mis ruegos la nieve
del verano a los soles.

Pero cuando aguardaba
no hallar ansias ni voces
que a la gloria alcanzasen
de una unión tan conforme,

cual de dos tortolitas
que en sus ciegos hervores
con sus ansias y arrullos
ensordecen el bosque,

Y hallé desengañado,
que amor todo es traiciones
y guerras y martirios
y penas y dolores.


Juan Meléndez Valdés

Sueltas avecillas
que al amanecer
mil alegres salvas
canoras me hacéis:

si dulces trináis
por ver a mi bien,
callad, que ya sale
            la flor del Zurguén.
       
¿Si cuál es pedís?
¿Si señas queréis?
Callad, parlerillas,
que yo os lo diré,

que impresa en mi pecho
la tengo muy bien,
así a mí me tenga
            la flor del Zurguén.

su rostro, la gloria;
la nieve, su tez,
de alhelís sembrada;
su boca, la miel,

y el turgente seno,
de Amor el vergel,
donde con él juega
            la flor del Zurguén.

Sobre él, la donosa
prendiera un joyel,
do heridas dos almas
yo mismo pinté;

Amor que las hiere
las une también,
en torno esta letra:
            la flor del Zurguén.

Sin que yo la llame
me sale aquí a ver
cual suelta corcilla,
ya blando el desdén;

y cual fiel paloma
que a su pichón ve,
así a mi voz corre
            la flor del Zurguén.
       
Conmigo a este valle
la saco a aprender,
de amor en el arte,
lición de querer;

y ya a todas pasa
en menos de un mes:
tanto ingenio tiene
            la flor del Zurguén.

Cuidado, avecitas,
que a nadie contéis
los dulces secretos
que yo la enseñé;

ni vos, fuentecillas,
me lo murmuréis,
que esto y más merece
            la flor del Zurguén.

Ni me envidiéis necias
el vivo placer
con que, ¡ay!, en sus labios
cien besos le dé,

y ella me dé fina
en pago otros cien,
así tierna os ame
            la flor del Zurguén.


Juan Meléndez Valdés

En esta breve tabla,
discípulo de Apeles,
cual yo te la pintare,
retrátame mi ausente.

Retratada cual sale
al punto que amanece
tras unos corderillos

al valle a entretenerse.

Suelto el trenzado de oro,
y al céfiro, que leve
volando licencioso
le ondea y le revuelve.

Encima una guirnalda,
que sus tranquilas sienes
de púrpura matice
con rosas y claveles.

De do con aire hermoso
de majestad alegre
la tersa frente asome,
cual reluciente plata
salga la blanca frente.

Y para que le pongas
la gracia que ella tiene

la cándida azucena
darate olor y nieve.

Luego en las negras cejas
tu habilidad ordene
la majestad del arco
que nace cuando llueve:

Y al traidor Cupidillo
podrás también ponerme,
que en medio esté asentado
y el arco a todos fleche.

Los ojos de paloma
que a su pichón se vuelve
rendida ya de amores,
y un beso le promete;

Las niñas haz de llama
que bullan y se alegren,
y a Amor que como un niño
jugando en torno vuele.

Después para que apague
los fuegos que el enciende,
la nariz proporciona
tornátil y de nieve.

Y luego entre los labios
deshoja mil claveles,
que nunca puedes darle
la púrpura que tienen.

Su boca… pero aguarda,
primero van los dientes
de aljófares menudos,
que unidos no discrepen:

Y dentro has de pintarme
cuando la lengua mueve
como un panal que afuera
destile hibleas mieles.

Las Gracias como abejas,
que con susurro leve
volando en el verano
en torno van y vienen.

Y al lado de las mejillas
dos rosas, como suelen
quedar
cuando sus perlas
el alba en ellas llueve.

Cargando todo aquesto
con proporción decente
sobre el nevado cuello,
que mil corales cerquen.

Los hombros de él se aparten,
y en el hoyuelo empiece
el relevado pecho
tan albo que embelese.

Con dos bullentes pomas,
cual deliciosas fuentes

del néctar regalado
de la mansión celeste.

La airosa vestidura
de púrpura esplendente,
las puntas arrastrando
que el campo reflorecen.

Encima un bien rizado
pellico, y que le cuelgues
mil
trenzas de oro y seda
que su opulencia ostenten.

Pero ¡ay! déjalo, amigo,
que tú pintar no puedes
tan celestial sujeto,
por mucho que te esmeres.

Y yo a sus brazos corro,
donde el Amor me ofrece
el premio de mis ansias,
y el colmo de sus bienes.


Juan Meléndez Valdés

Merced a tus traiciones
al fin respiro, Nice;
al fin de un infelice
el cielo hubo piedad.

Ya rotas las prisiones,
libre está la alma mía;
no sueño, no, este día
mi dulce libertad.

Cesó la antigua llama,
y tranquilo y exento
ni aun un despique siento
do se disfrace amor.

Mi rostro no se inflama
si oigo tal vez nombrarte;
el pecho no al mirarte
palpita de temor.

Duermo en paz y no creo
tu imagen ser presente,
ni al despertar la mente
se empieza en ti a gozar.

Lejos de ti me veo,
sin que de ti haga cuenta
cerca estoy sin que sienta

ni gusto ni pesar.

Si hablo en tus perfecciones,
no enternecerme siento;
si mis errores cuento,
ni aun indignarme sé.

Delante te me pones,
y ya no estoy turbado;
con mi rival al lado
hablar de ti podré.

Mírame en rostro fiero,
háblame en faz humana:
tu altanería es vana,
y es vano tu favor;

que en mí el mandar primero
perdió tu hablar divino;
tus ojos no el camino
saben del corazón.

Lo que me place o enfada,
si estoy alegre o triste,
no en ser tu don consiste,
ni culpa tuya es;

que ya sin ti me agrada
el prado y selva hojosa;
toda estancia enojosa
me cansa aunque allí estés.

Mira si soy sincero:
aún me pareces bella,
pero no, Nice, aquella
que parangón no ha;

y, no el ser verdadero
te ofenda, algún defecto
noto en tu lindo aspecto,
que tuve por beldad.

Al romper las cadenas,
dígolo sonrojado,
mi corazón llagado
romper se vio y morir;

mas por salir de penas
y de prisión librarse,
en fin, por rescatarse
¡qué no es dado sufrir!

El colorín trabado
tal vez en blanda liga,
la pluma en su fatiga
deja por escapar;

mas presto matizado
se ve de pluma nueva,
ni, cauto con tal prueba,
le tornan a engañar.

Sé que aún no crees extinto
aquel mi ardor primero
porque callar no quiero
y de él hablando estó;

sólo el natal instinto
me aguija a hacerlo, Nice,
con que cualquiera dice
los riesgos que sufrió.

Pasadas iras cuento
tras tanto ensayo fiero.
De la herida el guerrero
muestra así la señal;

así muestra contento
cautivo que de penas
escapó, las cadenas
que arrastró por su mal.

Hablo, mas sólo hablando
satisfacerme curo;
hablo, mas no procuro
que crédito me des.

Hablo, mas no demando
si aprietas mis razones;
si a hablar de mí te pones,
que tan tranquila estés.

¿Yo pierdo una inconstante?
tú un corazón sincero:
yo no sé cuál primero
se deba consolar.

Sé que un tan fiel amante
no le has de hallar, traidora;
mas otra embaucadora
bien fácil es de hallar.


Juan Meléndez Valdés

Don grande es la alta fama;
y así como a la luna
oscurece del sol la ardiente llama,
así a par de Ciparis la fortuna
la hermosura abatió; mas si a quien ama
la Venus Dionea
donó lira sonora,
oh musa, ora la emplea
en cantar de este día. La alma aurora
de nieve y oro el yermo cielo dora.

Merced al verso aonio y al concepto
de docta poesía
cuando Apolo cantando calma el viento,
quedando a la dulcísona armonía
de la divina lira y sacro acento
la natura admirada;
ni pudo ser cantado
por cítara dorada
otro asunto mayor que el que ha tocado
a humilde musa por favor sagrado.

Suben al alto Olimpo los odores
de cinamomo panqueo
y anáraco fragante y otras flores;
mas cumple, oh dulce musa, alto deseo
y olvida un poco a Amor y tus dolores.
Canta de este gran día
a Eurídice la bella
dulcísima armonía
sonaba el cincio ardor, y a la doncella
mudada en lauro por huir su huella.

Cual deidad iba en nácar erictea
de la espuma engendrada
que blandamente el aura la menea,
tal hoy Ciparis sale acompañada
del coro que cantando la rodea
de las Gracias y amores;
el invierno aterido
huye al verla, y mil flores
da el campo, y por do arrastra su vestido
vese de rosas mil enriquecido.

¿Qué es, pues, la hermosura si adornada
de honestidad no brilla?
Cual palma que a las nubes elevada
con su pompa los árboles humilla,
mi señora a la bóveda estrellada
se ensalza glorïosa;
la garza generosa
desde el humilde suelo
bate las alas, y con raudo vuelo
la tierra olvida, remontada al cielo.

Ni de mayor virtud enriquecida
hubo jamás doncella;
si habla, de entre sus labios esparcida
corre la miel; las Gracias, tras la huella
de su planta veloz van de corrida,
y no tanta hermosura
el iris refulgente
muestra, tras nube obscura
por las doradas puertas del oriente,
como su undosa túnica esplendente.

Natura este gran día está admirada
y en él se está placiendo.
¿Qué es del invierno triste? Aun más templada
que en mayo el aura dulce va bullendo;
seguid pues, oh avecillas; sea loada
de vos mi alta señora.
Tú, Venus, oye pía,
y el templo olvida ahora
de Gnido, y del Olimpo la ambrosía:
tu vista solemnice este gran día.

De los años el curso arrebatado,
que tanto la hermosura
desaliña y ofende, tú has burlado.
Así del sacro Líbano en la altura
crece el eterno cedro al cielo alzado;
el tiempo te enriquece,
y el cielo tu alma vida
guarda, y grato te ofrece
don de belleza y juventud florida,
y luego a sus mansiones te convida.

Si a humano ser los dioses largamente
de sus dones colmaron
sobre mortal poder, ¡oh, cuán fulgente
sobre todos, señora, te elevaron!
Mas ¿quién podrá cantarte? En el oriente
el sol desvista solo?
Empero, si inspirada
mi voz fuese de Apolo,
tú serás algún día al cielo alzada
y en digno verso lírico cantada.


Juan Meléndez Valdés

Dícenme las zagalas
«¿Cómo, siendo tan niño
tanto, Batilo, cantas
de amores y de vino?»

Yo voy a responderles,
mas luego de improviso
me vienen nuevos versos
de Baco y de Cupido;

Porque las dos deidades,
sin poder resistirlo,
el pecho, todo, todo,
me tienen poseído.


Juan Meléndez Valdés

Merced a tus traiciones
al fin respiro, Lice;
al fin de un infelice
el cielo hubo piedad.

Ya rotas las prisiones,
libre está el alma mía;
no sueño, no, este día
mi dulce libertad.

Cesó la antigua llama,
y tranquilo y exento
ni aun un despique siento
do se disfrace amor.

No el rostro se me inflama
si oigo tal vez nombrarte;
el pecho no al mirarte
palpita de temor.

Duermo en paz y no creo
tu imagen ver presente,
ni al despertar la mente
se empieza en ti a gozar.

Lejos de ti me veo,
y quieto estoy de grado,
que nada en mí ha quedado,
ni gusto ni pesar.

Si hablo en tus perfecciones,
no enternecerme siento;
si mis delirios cuento,
ni aun indignarme sé.

Delante te me pones,
y ya no estoy turbado;
en paz con mi engañado
rival de ti hablaré.

Mírame en rostro fiero,
háblame en faz humana:
tu altanería es vana,
y es vano tu favor;

que en mí el mandar primero
perdió tu hablar divino;
tus ojos no el camino
saben del corazón.

Lo que me place o enfada,
si estoy alegre o triste,
no en ser tu don consiste,
ni culpa tuya es;

que ya sin ti me agrada
el prado y selva hojosa;
toda estancia enojosa
me cansa aunque allí estés.

Mira si soy sincero:
aún me pareces bella,
pero no, Lice, aquella
que parangón no ha;

y, no por verdadero
te ofenda, algún defecto
noto en tu lindo aspecto,
que tuve por beldad.

Al romper las cadenas,
dígolo sonrojado,
mi corazón llagado
romper se vio y morir;

mas por salir de penas
y de opresión librarse,
en fin, por rescatarse
¡qué no es dado sufrir!

El colorín trabado
tal vez en blanda liga,
la pluma en su fatiga
deja por escapar;

mas presto matizado
se ve de pluma nueva,
ni, cauto con tal prueba,
le tornan a engañar.

Sé que aún no crees extinto
aquel mi ardor primero
porque callar no quiero
y de él hablando estó;

sólo el natal instinto
me aguija a hacerlo, Lice,
con que cualquiera dice
los riesgos que sufrió.

Pasadas iras cuento
tras tanto ensayo fiero.
De la herida el guerrero
muestra así la señal;

así muestra contento
cautivo que de penas
escapó, las cadenas
que arrastró por su mal.

Hablo, mas sólo hablando
satisfacerme curo;
hablo, mas no procuro
que crédito me des.

Hablo, mas no demando
si apruebas mis razones;
si a hablar de mí te pones,
que tan tranquila estés.

Yo pierdo una inconstante,
tú un corazón sincero;
yo no sé cuál primero
se deba consolar.

Sé que un tan fiel amante
no le hallarás, traidora;
mas otra engañadora
bien fácil es de hallar.


Juan Meléndez Valdés

Don grande es la alta fama;
y así como a la luna
oscurece del sol la ardiente llama,
así a par de Ciparis la fortuna
la hermosura abatió; mas si a quien ama
la Venus Dionea
donó lira sonora,
oh musa, ora la emplea
en cantar de este día. La alma aurora
de nieve y oro el yermo cielo dora,

merced al verso aonio y al concento
de docta poesía
cuando Apolo cantando calma el viento,
quedando a la dulcísona armonía
de la divina lira y sacro acento
la natura admirada;
ni pudo ser cantado
por cítara dorada
otro objeto mayor que el que ha tocado
a humilde musa por favor sagrado.

Suben al alto Olimpo los odores
de cínamo panqueo
y amáraco fragante y otras flores;
mas cumple, dulce musa, alto deseo
y olvida un poco a Amor y tus dolores.
Canta de este gran día
a Eurídice la bella
dulcísima armonía
dictó el intonso dios, y a la doncella
mudada en lauro por huir su huella.

Cual deidad iba en nácar erictea
de la espuma engendrada
que blandamente el aura la menea,
tal hoy Ciparis sale acompañada
del coro que cantando la rodea
de las Gracias y amores;
el invierno aterido
huye al verla, y mil flores
da el campo, y por do arrastra su vestido
vese de rosas mil enriquecido.

¿Qué es, pues, la hermosura si adornada
de honestidad no brilla?
Cual palma que a las nubes elevada
con su pompa los árboles humilla,
mi señora a la bóveda estrellada
se ensalza glorïosa;
desde el humilde suelo
la garza generosa
bate las alas, y con raudo vuelo
la tierra olvida, remontada al cielo.

Ni de mayor virtud enriquecida
hubo jamás doncella;
si habla, de entre sus labios desparcida
corre la miel; las Gracias, tras la huella
de su planta veloz van de corrida,
y no tanta hermosura
el iris refulgente
muestra, tras nube oscura
por las doradas puertas del oriente,
como su undosa túnica esplendente.

Natura este gran día está admirada
y en él se está placiendo.
¿Qué es del invierno triste? Aun más templada
que en mayo el aura dulce va bullendo;
seguid pues, oh avecillas; sea loada
de vos mi alta señora.
Tú, Venus, oye pía,
y el templo olvida ahora
de Gnido, y del Olimpo la ambrosía:
tu vista solemnice este gran día.

De los años el curso arrebatado,
que tanto la hermosura
desaliña y ofende, tú has burlado.
Así del sacro Líbano en la altura
crece el eterno cedro al cielo alzado;
el tiempo te enriquece,
y el cielo tu alma vida
guarda, y grato te ofrece
don de belleza y juventud florida,
y luego a sus mansiones te convida.

Si a humano ser los dioses largamente
de sus dones colmaron
sobre mortal poder, ¡oh, cuán fulgente
sobre todos, señora, te elevaron!
Mas ¿quién podrá cantarte, si en oriente
el sol impera solo?
Empero, si inspirada
mi voz fuese de Apolo,
tú serás algún día al cielo alzada
y en digno verso lírico cantada.


Juan Meléndez Valdés