Terribles son las palabras de los amantes,
aunque estén bañadas de falsa alegría,
cuando llega la desolada hora de la separación.
Fuera la lluvia galopa tercamente
y su eco retumba tras la ventana.
Los poderosos pájaros de la dicha
un breve instante anidaron en sus brazos
y dorados plumajes cubrieron los cabellos
que ahora sudor y hastío sólo guardan.
La estatua que quiso ser eterna
herida de reproches tiembla y cae.
Ya el combate de anhelo ha terminado
y húmedos restos las sábanas acogen.
Hombre y mujer en traje y documento
ceremoniosamente se despiden.
Sus manos por costumbre se enlazan
y banales sonrisas desfiguran sus labios.
Terribles son las palabras de los amantes
cuando llega la desolada hora de la separación.
Esqueletos de amor buscan nuevo refugio
y un jirón de ternura cuelga del viejo y gris perchero.

Juan Luis Panero

Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.

José Alfredo Jiménez

Sólo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
—por vez primera había afirmado su existencia—,
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después —una extraña sonrisa dibujaba sus labios—
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.

Juan Luis Panero

Al final pienso que tenía razón
—todo el absurdo tinglado del poder,
el cuchillo implacable de la inteligencia,
las sórdidas, políticas palabras,
los arañados proyectos imposibles—,
sí, tenía razón ese día. Me acuerdo bien
cuando pensé, echado junto a ella,
que lo único real era una buena puta,
una piel cálida, unos labios silenciosos, unas manos
       expertas,
en aquel burdel cerca Neuilly, al amanecer.
Por eso, porque creo que tenía razón, soy más culpable
—libros, declaraciones, ideas, lealtades,
el secreto de todo, el revés de la nada—,
cuánto tiempo perdido para llegar a esto,
para recordar, ya sin solución, sus largos muslos,
el sabor espeso de su boca, los rosados pezones.
Llegaba una luz gris sobre la cama,
sobre su culo memorable, inmóvil,
sí, tenía razón, aquella puta
cuyo nombre nunca supe o tal vez he olvidado,
el humo de un cigarrillo, eso es todo, yo tenía razón,
y si no la tenía, ¿qué importa ahora?

Juan Luis Panero

Avanzan solos gris andrajo de nubes
gris pesadilla bronce herido llamaradas grises
terco pedernal de fantasmas
tierra terracota mineral
insomnes avanzan furor helado
bronce herrumbre ira petrificada
cuerpos sombras sombras cuerpos
ballet de muerte astillas de sueños
avanzan solitarios remotos
ciegos árboles andando atraviesan
puertas piedras palabras
plata roñosa paredes de espejos
lágrimas sin ojos avanzan
reclaman mendigan sueñan
otro infierno distinto
otro infierno
otro.

Juan Luis Panero

Querido Vinyoli, en esta tarde
de violenta tramontana, oscuro azul de mar,
miro las Islas Medas, remolinos de gaviotas,
alada espuma sobre la espuma blanca,
y me llega, imagen persistente, su recuerdo,
en el día final del año de su muerte.
Golpe y crujido de árboles y viento,
terca madera, ramas furiosas,
frío que corta tras el cristal cerrado
y la pesada sombra de la noche que viene.
De pronto, salvado, un último rayo de sol
ilumina, entre nubes, rocas salvajes,
levantadas olas, gaviotas en su vuelo,
luz venciendo a la noche
en un dorado fugitivo.
A sus palabras, a las que oí y a las que leo,
a su recuerdo, asocio esta imagen sin tiempo de la vida.

Juan Luis Panero

    Olor acre de axilas depiladas, de pefume pasado derosas, de estiércol pisoteado de caballos.

    Sé, me lo han contado, que las murallas de laciudad ya no pueden resistir al infiel. Todas las defensas hanfracasado.

    El pobre emperador, nuestro bien amado ConstantinoXI, intenta inútilmente salvar la ciudad de su nombre, pactarcon el enemigo, firmar desesperados tratados de paz. Pero todo, losé, es completamente inútil.

    Escucho griterío de mujeres, carrerasenloquecidas, golpes de puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles yagonías, eructos de borrachos.

    Aún podría escapar, ocultarme en elhúmedo sótano disimulado, como aquella otra vez. Peroahora todo está perdido. Sé bien que esto es el fin.

    Salgo a la calle, maldiciones, estruendo, sollozos,humo pestilente.

    En la hoja, con gotas de sangre, de un alfanjeafilado, miro, tercamente, por última vez, el rostro de estepobre pecador abandonado.

Juan Luis Panero