¿Qué me das? ¿Chipre?
Yo no lo quiero:
Ni rey de bolsa
Ni posaderos
Tienen del vino
Que yo deseo;
Ni es de cristales
De cristaleros
La dulce copa
En que lo bebo.

Mas está ausente
Mi despensero,
Y de otro vino
Yo nunca bebo.

José Martí

                           Hay un derecho
Natural al amor: ¿reside acaso,
Chianti, en tu áspera gota, en tu mordente
Vino, que habla y engendra, o en la justa sabia
Unión de la hermosura y el deseo?
Cuanto es bello, ya es mío: no cortejo,
Ni engaño vil, ni mentiroso adulo:
De los menores es el amarillo
Oro que entre las rocas serpentea,
De los menores: para mí es el oro
Del vello rubio y de la piel trigueña.
Mi título al nacer puso en mi cuna,
El sol que al cielo consagró mi frente.
Yo sólo sé de amor. Tiemblo espantado
Cuando, como culebras, las pasiones
Del hombre envuelven tercas mi rodilla;
Ciñen mis muslos, y echan a mis alas,—
Lucha pueril, las lívidas cabezas:—
Por ellas tiemblo, no por mí, a mis alas
No llegarán jamás: antes las cubro
Para que ni las vean: el bochorno
Del hombre es mi bochorno: mis mejillas
Sufren de la maldad del Universo:
Loco es mi amor, y, como el sol, revienta
En luz, pinta la nube, alegra la onda.
Y con suave calor, como la amiga
Mano que al tigre tempestuoso aquieta,
Dorna la sombra, y pálido difunde
Su beldad estelar en las negruzcas
Sirtes, tremendas abras, alevosos
Despeñaderos, donde el lobo atisba,
Arropado en la noche, al que la espanta
Con el fulgor de su alba vestidura.

José Martí

Envilece, devora, enferma, embriaga
La vida de ciudad: se come el ruido,
Como un corcel la yerba, la poesía.
Estréchanse en las casas la apretada
Gente, como un cadáver en su nicho:
Y con penoso paso por las calles
Pardas, se arrastran hombres y mujeres
Tal como sobre el fango los insectos,
Secos, airados, pálidos, canijos.

Cuando los ojos, del astral palacio
De su interior, a la ciudad convierte
El alma heroica, no en batallas grandes
Piensa, ni en templos cóncavos, ni en lides
De la palabra centelleante: piensa
En abrazar, como un haz, los pobres
Y adonde el aire es puro, y el sol claro
Y el corazón no es vil, volar con ellos.

José Martí

                 Bien: yo respeto
A mi modo brutal, un modo manso
Para los infelices e implacable
Con los que el hambre y el dolor desdeñan,
Y el sublime trabajo; yo respeto
La arruga, el callo, la joroba, la hosca
Y flaca palidez de los que sufren.
Respeto a la infeliz mujer de Italia,
Pura como su cielo, que en la esquina
De la casa sin sol donde devoro
Mis ansias de belleza, vende humilde
Piñas dulces y pálidas manzanas.
Respeto al buen francés, bravo, robusto,
Rojo como su vino, que con luces
De bandera en los ojos, pasa en busca
De pan y gloria al Istmo donde muere.

José Martí

¡Desque toqué, señora, vuestra mano
Blanca y desnuda en la brillante fiesta,
En el fiel corazón intento en vano
Los ecos apagar de aquella orquesta!

Del vals asolador la nota impura
Que en sus brazos de llama suspendidos
Rauda os llevaba — al corazón sin cura,
Repítenla amorosos mis oídos.

Y cuanto acorde vago y murmurío
Ofrece al alma audaz la tierra bella,
Fíngelos el espíritu sombrío —
Tenue cambiante de la nota aquella.

¡Óigola sin cesar! Al brillo, ciego,
En mi torno la miro vagarosa
Mover con lento son alas de fuego
Y mi frente a ceñir tenderse ansiosa.

¡Oh! mi trémula mano bien sabría
Al aire hurtar la alada nota hirviente
Y, con arte de dulce hechicería,
Colgando adelfas a la copa ardiente,

En mis sedientos brazos desmayada
Daros, señora, matador perfume:—
Mas yo apuro la copa envenenada
Y en mí acaba el amor que me consume.

4 de marzo.

José Martí

¿Cómo me has de querer? como el animal
Que lleva en sí a sus hijos,
Como al santo en el ara envuelve las lenguas de humo.
La lengua de humo oloroso del incienso,
Como la luz del sol baña la tierra llana.
¿Que no puedes? Yo lo sé. De estrellas
Añorándome está la novia muda;
Yo en mis entrañas tallaré una rosa,
Y como quien engarza en plata una —
Mi corazón engarzaré en su seno:
Caeré a sus pies, inerme, como cae
Suelto el león a los pies de la hermosa
Y con mi cuerpo abrigaré sus plantas
Como olmo fecundo, que aprieta
La raíz de un mal; mi planta humana
Mime en plata, mi mujer de estrella,
Hacia mí tenderá las ramas pías
Y me alzará, como cadáver indio,
Me tendrá expuesto al sol, y de sus brazos
Me iré perdiendo en el azul del cielo,
¡Pues así muero yo de ser amado!

José Martí

¡Traidor! Con qué arma de oro
me has cautivado?
Pues yo tengo coraza
De hierro áspero.
Hiela el dolor: el pecho
Trueca en peñasco.

Y así como la nieve,
Del sol al blando
Rayo, suelta el magnífico
Manto plateado,
Y salta el hilo alegre
Al valle pálido,
Y las rosillas nuevas
Riega magnánimo;—
Así, guerrero fúlgido,
Roto a tu paso,
Humildoso y alegre
Rueda el peñasco;
Y cual lebrel sumiso
Busca saltando
A la rosilla nueva
Del valle pálido.

José Martí

Sin pompa falsa ¡oh árabe! saludo
Tú libertad, tu tienda y tu caballo.
Como se ven desde la mar las cumbres
De la tierra, tal miro en mi memoria
Mis instantes felices: sólo han sido
Aquellos en que, a solas, a caballo
Vi el alba, salvé el riesgo, anduve el monte,
Y al volver, como tú, fiero y dichoso
Solté las bridas, y apuré sediento
Una escudilla de fragante leche.

Los hombres, moro mío,
Valen menos que el árbol que cobija
Igual a rico y pobre, menos valen
Que el lomo imperial de tu caballo.

Sombra da el árbol, y el caballo asiento:
El hombre, como el guao,
Padre a los que se acogen a su sombra.

Oh, ya no viene el verso cual solía
Corno un collar de rosas, o a manera
De caballero de la buena espada
Toda de luz vestida la figura:
Viene ya corno un buey, cansado y viejo
De halar de la pértiga en tierra seca.

José Martí

¡Vivir en sí, qué espanto!
Salir de sí desea
El hombre, que en su seno no halla modo
De reposar, de renovar su vida,
En roerse a sí propia entretenida.—
La soledad ¡qué yugo!
Del aire viene al árbol alto el jugo:—
De la vasta, jovial naturaleza
Al cuerpo viene el ágil movimiento
Y al alma la anhelada fortaleza.—
¡Cambio es la vida! Vierten los humanos
De sí el fecundo amor: y luego vierte
La vida universal entre sus manos
Modo y poder de dominar la Muerte.
Como locos corceles
En el cerebro del poeta vagan
Entre muertos y pálidos laureles,
Ansias de amor que su alma recia estragan
De anhelo audaz de redimir repleto
Buscar en el aire bueno a su ansia objeto
Y vive el triste, pálido y sombrío,
Como gigante fiero
A un negro poste atado,
Con la ración mezquina de un jilguero
Por mano de un verdugo alimentado.—
¡Fauce hambrienta y voraz, un alma amante!
Y aquí, enredado entre sus hierros, rueda
Y el polvo muerde, el aire tasca y queda
Atado al poste el mísero gigante.

José Martí