La vida es una pregunta,
el vivir es contestar;
y entre las muchas respuestas,
elegir bien, es quizás
el negocio más difícil
que nos presenta el azar.
Posibilidades, todas:
talentos y voluntad.
Dios ha puesto en nuestras manos
lo que es y lo que será.
Todo es posible en nosotros
Si sabemos acertar.

A esta difícil pregunta…
¿Quién sabrá bien contestar?

José María de Horna

Si ves al mundo rebramando inquieto
entre la tempestad,
recuerdas el amor, junto aquel seto
que guarda la amistad.

Si ves que, en calma, el mundo se sustenta
en brazos del amor,
tu mente busca ansiosa la tormenta
de una vida interior.

Así es el mundo y así son los hombres,
un absurdo endiablado,
buscando siempre locos, no te asombres,
lo que ya han despreciado.

José María de Horna

Pregúntale a las estrellas,
ellas pueden responderte;
ellas conocen el sino
de los hombres, ellas tienen
el secreto de la vida,
de la vida y… de la muerte.
Yo sólo sé que he nacido
bajo una estrella impotente,
y que he sufrido bastante,
y que he llegado a quererte.
Así de sencilla y simple
   es la cuestión: ahora puedes
preguntarle a las estrellas;
   ellas pueden responderte.
…Y entonces te diría en voz muy baja,
como se dicen las verdades serias,
como Amor se estremece en otros labios…
… pero no lo diré… y esa es mi pena.

José María de Horna

Complejo de amarguras.
¿Qué es vivir?
La esperanza de un Edén.
Es sufrir,
la venganza de esta vida,
Y morir,
es dejar de padecer.

¿Qué es querer?
Ansiar algo inhallable.
¿Qué es amar?
Añoranza de placer.
El sufrir
es un sino inevitable,
y es inútil
en ello no creer.

¿Qué es soñar?
La utopía de la vida.
¿Qué es el sueño?
Ese genio bienhechor.
Despertar
es saber que no cabía
en el mundo
la vida sin dolor.

Yo soñé
que te amaba y me querías.
Desperté
y mi sueño se truncó.
Sólo guardó
un recuerdo el alma mía
y una impresión
de pena el corazón.

José María de Horna

Hoy siento nostalgia de aquellas mañanas
alegres y claras de la primavera
en que tú venías hasta mi jardín
altiva y radiante como una princesa.
De amores hablando, pasaba la tarde,
venía la luna radiante y serena,
y, como tributo que paga a una diosa,
besaba los rizos de tu cabellera;
luego, al reflejar en tus ojos su cara,
fulguraban éstos como dos estrellas.
Estabas preciosa junto a la enramada,
el aire besaba tus mejillas tersas,
y al tiempo entonaba su canto más dulce
al rozar el viento la verde floresta.
El cielo cerraba sus ojos de oro
pues sentían celos de ti las estrellas:
todas ellas, reinas en el firmamento;
tu, en cambio, eras única reina en la tierra.
En tenue penumbra quedaba tu cara
sólo de la luna, fulgurante y bella,
bajaba el reflejo del blanco más puro
a darle a tu cara color de azucena.
Y yo, que temía romper el encanto,
como un estudiante que azorado tiembla,
te miraba mudo, y encontrar tus ojos
fijos en los míos, me daba vergüenza.
En este embeleso, sin mover los labios,
como almas gemelas se hablaban las nuestras,
y Amor, al prestarles todas sus palabras,
dictaba a las almas las frases más bellas.
Si cabe en el mundo ser feliz, yo creo
que entonces lo fui cual nunca lo fuera.

Al día siguiente me despertó el alba,
y la luz consigo trajo mil ideas;
entre todas, una, por ser más hermosa,
limpiando el espacio, vino a mi cabeza.
Un recuerdo dulce, feliz y sereno,
salido del marco de esta vida necia.
Recuerdo de dicha, mas…sólo recuerdo.
…Ahora me pregunto: Alma, ¿por qué sueñas?

José María de Horna

Recuerdo que de niño, de muy niño,
de la edad de los mimos de la abuela,
de la edad en que todos esperamos
una vida feliz, de encantos llena,
de la edad de esperanzas y de ensueños,
de los cuentos de hadas y princesas,
de esa edad que es la flor de las edades,
edad feliz en que la vida empieza;
recuerdo, sí, una frase cariñosa
que me diera mi padre como lema:
“Si quieres ser un hombre en esta vida,
un hombre de verdad, trabaja y reza”

Bulléndome esta frase a cada paso,
empecé a ver el mundo más de cerca.
entré en la juventud, dejé la infancia,
olvidé el cuento de hadas y princesas.
Estudiante, pensé que ya era un hombre,
mil ideas llenaron mi cabeza,
y esas “mil” ocuparon tanto espacio
que acallaron el eco de otra idea.
Seguí vagando ciego por el mundo
y una tarde feliz, en una iglesia,
como si la voz fuera de mi padre,
en el púlpito oí: “trabaja y reza”.

Hoy, ya hombre, recuerdo con nostalgia
aquellos años que viví sin pena,
y he vuelto a recordar el cuento de hadas
y los mimos y besos de la abuela.
A mi memoria traigo aquellos tiempos
que felices vivimos en la escuela,
y me enternece el ver que aún los niños,
como aquellos de ayer, ríen y juegan.
Y me acerco y les digo, uno por uno,
como mi padre un día me dijera:
“Si quieres ser un hombre en esta vida,
un hombre de verdad, trabaja y reza”.

José María de Horna