Reina la noche: con silencio grave
gira los sueños en el aire vano;
cándida, pura, el silencioso llano
viste la luna de su luz suave.
¡Hora de paz!… Aquí, do a nadie miro,
en esta cumbre, alzado,
heme, Señor, del mundo abandonado.

¡Cómo embelesa la quietud augusta
de la natura, a la sensible alma
que oye su voz, y en deleitosa calma
de esta mansión y su silencio gusta!
Grato silencio, que interrumpe el río
distante murmurando,
o en las hojas el viento susurrando.

Ya de la noche con el fresco ambiente
gira en lánguidas alas el reposo,
que vela fiel bajo del cielo umbroso
y huye la luz del sol resplandeciente.
Invisible con él y misterioso
en llano y montes yace
el bello horror, que contristando place.

¡Cómo en el alma estática se imprime
el delicioso y triste pensamiento!
¡Cómo el cuadro feliz que miro atento
es a par melancólico y sublime!
¡Ah! su paz de la música prefiero
al eco poderoso
con que se anima el baile bullicioso.

Allí en salón soberbio, por do quiera
terso cristal duplica los semblantes:
de oro vestida y perlas y diamantes
hermosura gentil danza ligera,
y con sus gracias y afectado hechizo
de mil adoradores
lleva tras sí los votos y loores.

¡Admirable es aquesto! Yo algún día,
de la simple niñez salido apenas,
en los bailes magníficos y cenas
de mi amor al objeto perseguía;
y atesoré con mágica ventura
de la Joven amada
un suspiro fugaz, una mirada.

Mas ya por los pesares abatido,
y a languidez y enfermedad ligado,
muy más me place que salón dorado
Este llano en la noche oscurecido;
a la brillante danza prefiriendo
el meditar tranquilo
bajo este cielo, en inocente asilo.

¡Ah! bríllenme por siempre las estrellas
en un cielo tan puro como ahora,
y a la alta mano de mi ser Autora
puédame yo elevar, viéndola en ellas.
A ti, Dios de los cielos, en la noche
alzo en humilde canto
la dolorosa voz de mi quebranto.

Te saludo también, amiga luna:
siempre tierno te amé, reina del cielo:
siempre fuiste mi hechizo, mi consuelo,
en la adversa y la próspera fortuna.
Tú sabes cuantas veces anhelando
gozar tu compañía,
maldije el brillo del ardiente día.

Asentado tal vez a las orillas
del mar, cuyo cristal te retrataba
en cavilar dulcísimo pasaba
las leves horas en que leda brillas;
y recordando mi nublada gloria,
miré tu faz serena
y en tierno llanto desahogué mi pena.

¡Mas ay! el pecho con dolor palpita,
herido ya de consunción tirana,
y cual tú al esplendor de la mañana,
palidece mi rostro y se marchita.
Cuando caiga por fin, inunde al menos
esa luz calma y pura
de tu amigo la humilde sepultura…

…Mas, ¿qué canto suavísimo resuena
del inmediato bosque en la espesura?
Es tu voz, ruiseñor, que de ternura
en dulce soledad mi pecho llena.
Siempre te amé, porque debiste al cielo
genio triste y sombrío,
tierno y agreste, como el genio mío.

Perezca el que a tu nido te arrebata,
y porque gimas gusta de oprimirte:
¿Por qué no viene como yo a seguirte
del bosque espeso entre la sombra grata?
Salta libre y feliz de ramo en ramo
en torno de tu nido,
que a nadie quiero esclavo ni oprimido.

Noche, antigua deidad, que el caos profundo
produjo antes que al sol, y al sol postrero
has de sobrevivir, cuando severo
el brazo del Señor trastorne el mundo;
óyeme: tú serás mientras me dure
este soplo de vida
celebrada por mí, de mi querida.

Antes del primer tiempo, sepultada
del caos en el vértice yacías:
inspirada tal vez ya preveías
a tu beldad la gloria destinada;
y ociosa, triste, en el sombroso velo
tu frente rebozabas,
y en el futuro imperio meditabas.

A la voz del Criador, del Océano
reina saliste, el cetro levantando,
de estrellas coronada, desplegando
el manto rico por el éter vano;
y al mundo silencioso deleitaba
en tu frente severa
de la alma luna la argentada esfera.

¡Cuántas altas verdades he aprendido
en tu solemne horror, sublime diosa!
En el silencio de la selva umbrosa
¡Cuántas inspiraciones te he debido!
En ti miro al Criador, y arrebatado
de fervoroso anhelo,
pulso mi lira y me levanto al cielo.

¡Salve, gran diosa! en tu apacible seno
déjame consolar y recrearme:
tu bálsamo feliz puede aliviarme
el triste pecho de dolores lleno.
¡Noche, de los poetas y almas tiernas
dulce, piadosa amiga,
en blanda paz convierte mi fatiga!

José María Heredia

Dulce hermosura, de los cielos hija,
don que los dioses a la tierra hicieron,
oye benigna de mi tierno labio
              cántico puro.

La grata risa de tu linda boca
es muy más dulce que la miel hiblea:
tu rostro tiñe con clavel y rosas
               cándido lirio.

Bien cual se mueve nacarada espuma
del manso mar en los cerúleos campos,
así los orbes del nevado seno
               leves agitas.

El universo cual deidad te adora;
el hombre duro a tu mirar se amansa,
y dicha juzga que sus ansias tiernas
               blanda recibas.

De mil amantes el clamor fogoso,
y los suspiros y gemir doliente,
del viento leve las fugaces alas
               rápidas llevan.

Y de tu frente al rededor volando
tus dulces gracias y poder publican:
clemencia piden; pero tú el oído
               bárbara niegas.

¿Por qué tu frente la dureza nubla?
¿El sentimiento la beldad afea?
No: vida, gracia y expresión divina
              préstala siempre.

yo vi también tu seductor semblante,
y apasionado su alabanza dije
en dulces himnos, que rompiendo el aire
              férvidos giran.

Mil y mil veces al tremendo carro
de amor me ataste, y con fatal perfidia
mil y mil veces derramar me hiciste
              mísero llanto.

Y maldiciendo tu letal hechizo,
su amor abjuro delirante y ciego;
Mas, ¡ay! en vano que tu bella imagen
              sígueme siempre.

Si al alto vuelvo la llorosa vista,
en la pureza del etéreo cielo
el bello azul de tus modestos ojos
              lánguido miro.

Si miro acaso en su veloz carrera
al astro bello que la luz produce,
el fuego miro que en tus grandes ojos
              mórbido brilla.

Es de la palma la gallarda copa
imagen viva de tu lindo talle;
y el juramento que el furor dictome
              fácil abjuro.

Lo abjuro fácil, y en amor ardiendo,
caigo a tus plantas, y perdón te pido,
y a suplicar y dirigirte votos
              tímido vuelvo.

¡Ay! de tus ojos el mirar sereno
y una sonrisa de tu boca pura,
son de mi pecho, que tu amor abrasa,
              único voto.

¡Dulce hermosura! mi rogar humilde
oye benigna, y con afable rostro
tantos amores y tan fiel cariño
              págame justa.

1820

José María Heredia

El cielo está puro,
la noche tranquila,
y plácida reina
la calma en el mar.
 
En su campo inmenso
el aire dormido
la flámula inmóvil
no puede agitar.

Ninguna brisa
llena las velas,
ni alza las ondas
viento vivaz.

En el Oriente
débil meteoro
brilla y disípase
leve, fugaz.

Su ebúrneo semblante
nos muestra la luna,
y en torno la ciñe
corona de luz.

El brillo sereno
argenta las nubes
quitando a la noche
su pardo capuz.

Y las estrellas,
cual puntos de oro,
en todo el cielo
vense brillar.

Como un espejo
terso, bruñido,
las luces trémulas
refleja el mar.

La calma profunda
de aire, mar y cielo
al ánimo inspira
dulce meditar.

Angustias y afanes
de la triste vida,
mi llagado pecho
quiere descansar.

Astros eternos
lámparas dignas
que ornáis el templo
del Hacedor.

Sedme la imagen
de su grandeza
que lleve al ánima
santo pavor.

¡Oh piloto! La nave prepara:
a seguir tu derrota disponte,
que en el puro, lejano horizonte
se levanta la brisa del sur:
y la zona que oscura lo ciñe
cual la luz presurosa se tiende,
y del mar, cuyo espejo se hiende,
muy más bello parece el azul.

José María Heredia

Estrella de la tarde silenciosa,
luz apacible y pura
de esperanza y amor, salud te digo.
en el mar de Occidente ya reposa
la vasta frente el sol, y tú en la altura
del firmamento solitaria reinas.
ya la noche sombría
quiere tender en diamantado velo,
y con pálidas tiritas baña el suelo
la blanda luz del moribundo día.
¡Hora feliz y plácida, cual bella!
Tú la presides, vespertina estrella.

Yo te amo, astro de paz. Siempre tu aspecto
en la callada soledad me inspira
de virtud y de amor meditaciones.
¡Qué delicioso afecto
excita en los sensibles corazones
la dulce y melancólica memoria
de su perdido bien y de su gloria!
Tú me la inspiras. ¡Cuántas, cuántas horas
viste brillar serenas
sobre mi faz en Cuba!… Al asomarse
tu disco puro y tímido en el cielo,
a mi tierno delirio daba rienda
en el centro del bosque embalsamado,
y por tu tibio resplandor guiado
buscaba en él mi solitaria senda.

Bajo la copa de la palma amiga,
trémula, bella en su temor, velada
con el mágico manto del misterio,
de mi alma la señora me aguardaba.
En sus ojos afables me veían
ingenuidad y amor: yo la estrechaba
a mi pecho encendido,
y mi rostro feliz al suyo unido,
su balsámico aliento respiraba.

¡Oh goces fugitivos
de placer inefable! ¡Quién pudiera
del tiempo detener la rueda fiera
sobre tales instante!…
Yo la admiraba estático: a mi oído
muy más dulce que música sonaba
el eco de su voz, y su sonrisa
para mi alma era luz. Horas serenas,
cuya memoria cara
a mitigar bastara
de una existencia de dolor las penas!

¡Estrella de la tarde! ¡cuántas veces
junto a mi dulce amiga me mirabas
saludar tu venida, contemplarte,
y recibir en tu amorosa lumbre
paz y serenidad!… Ahora me miras
amar también, y amar desesperado.
Huir me ves el objeto desdichado
de una estéril pasión, que es mi tormento
con su belleza misma;
y al renunciar su amor, mi alma se abisma
en el solo y eterno pensamiento
de amarla, y de llorar la suerte impía
que por siempre separa
su alma bella y pura del alma mía.

1826

José María Heredia

¿Nunca de blanda paz y de consuelo
gozaré algunas horas? ¡O terrible
necesidad de amar!… Del Océano
las arenosas y desnudas playas
devoradas del sol de medio día
son imagen terrible, verdadera
de mi agitado corazón. En vano
a ellas el padre de la luz envía
su ardor vivificante, que orna y viste
de fresca sombra y flores el otero.
así el amor, del mundo la delicia,
es mi tormento fiero.

¿De qué me sirve amar sin ser amado?
¡Ángel consolador, a cuyo lado
breves instantes olvide mis penas!
Es fuerza huir de ti: tú misma diste
la causa… Me estremezco… Alma inocente,
¡Ay! Curar anhelabas las heridas
que yo desgarro con furor demente.
La furia del amor entró en mi seno,
y el amargo dulzor de tus palabras,
y el bálsamo feliz tornó veneno.

Me hablabas tierna: con afable rostro
y con trémulo acento
la causa de mi mal saber querías,
y la amargura de las penas mías
templar con tu amistad. ¡Cuánto mi pecho
palpitaba escuchándote!… Perdido
a feliz ilusión me abandonaba
y de mi amor el mísero secreto
entre mis labios trémulos erraba.
Alcé al oírte la abatida frente,
y te miré con ojos do brillaba
la más viva pasión… ¿No me entendiste? 
¿No eran bastantes ¡ay! a revelarla
Mi turbación, de mi marchito rostro
la palidez mortal?… ¡Mujer ingrata,
mi delirio cruel te complacía!…
¡Ay! nunca salga de mi ansioso pecho
la fatal confesión: si no me amas,
moriré de dolor, y si me amases…
¡amarme tú!… Yo tiemblo… Alma divina,
¿Tú amar a este infeliz, que solo puede
ofrecerte su llanto y la tibieza
de un desecado corazón? ¿Tú, bella
más que la luna si en el mar se mira,
unirte a los peligros y pesares
de este triste mortal?… ¡Damas! —Huyamos
de su presencia, donde no me angustie
su injuriosa piedad… ¡A Dios! Yo quiero
ser inocente y no perderte… Amiga,
amiga deliciosa, nunca olvides
al mísero Fileno, que a tu dicha
sacrifica su amor: él en silencio
te adorará, gozándose al mirarte
tan feliz como hermosa
mas nunca ¡oh Dios! te llamará su esposa.

Agosto, 1823

José María Heredia

¿Qué tristeza profunda, qué vacío
siente mi pecho? En vano
corro la margen del callado río
que la celeste Lola
al campo se partió. Mi dulce amiga,
por qué me dejas? ¡Ay! con tu partida
en triste soledad mi alma perdida
verá reabierta su profunda llaga,
que adormeció la magia de tu acento.
El cielo, a mi penar compadecido,
de mi dolor la fiel consoladora
en ti me deparó: la vez primera
(¿Te acuerdas, ola?) que los dos vagamos
del Yumurí tranquilo en la ribera y
me sentí renacer: el pecho mío
rasgaban los dolores.
una beldad amable, amante, amada
con ciego frenesí, puso en olvido
mi lamentable amor. Enfurecido,
torvo, insociable, en mi fatal tristeza
aún odiaba el vivir: desfigurose
a mis lánguidos ojos la natura,
pero vi tu beldad por mi ventura,
y ya del sol el esplendor sublime
volviome a parecer grandioso y bello:
volví a admirar de los paternos campos
el risueño verdor. Sí: mis dolores
se disiparon como el humo leve,
de tu sonrisa y tu mirar divino
al inefable encanto.
¡Ángel consolador! ya te bendigo
con tierna gratitud: ¡cuán halagüeña
mi afán calmaste! De las ansias mías
cuando serena y plácida me hablabas,
la agitación amarga serenabas,
y en tu blando mirar me embelecías.

¿Por qué tan bellos días
fenecieron? ¡Ay Dios! ¿Por qué te partes?
Ayer nos vio este río en su ribera
sentados a los dos, embebecidos
en habla dulce, y arrojando conchas
al líquido cristal, mientras la luna
a mi placer purísimo reía
y con su luz bañaba
tu rostro celestial. Hoy solitario,
melancólico y mustio errar me mira
en el mismo lugar quizá buscando
con tierna languidez tus breves huellas
horas de paz, más bellas
que las cavilaciones de un amante,
¿Dónde volasteis? —Lola, dulce amiga,
di, ¿por qué me abandonas,
y encanta otro lugar tu voz divina?
¿No hay aquí palmas, agua cristalina,
y verde sombra, y soledad?… Acaso
en vago pensamiento sepultada,
recuerdas ¡ay! a tu sensible amigo.
¡Alma pura y feliz! Jamás olvides
a un mortal desdichado que te adora,
y cifra en ti su gloria y su delicia.
Mas el afecto puro
que me hace amarte, y hacia ti me lleva,
no es el furioso amor que en otro tiempo
turbó mi pecho: es amistad. —Do quiera
me seguirá la seductora imagen
de tu beldad. En la callada luna
contemplaré la angelical modestia
que en tu serena frente resplandece:
veré en el sol tus refulgentes ojos;
en la gallarda palma la elegancia
de tu talle gentil veré en la rosa
el purpúreo color y la fragancia
de la boca dulcísima y graciosa,
do el beso del amor riendo reposa:
así do quiera miraré a mi dueño,
y hasta las ilusiones de mi sueño
halagará su imagen deliciosa.

Mayo, 1822

José María Heredia

¿Aún guardas, árbol querido
la cifra ingeniosa y bella
con que adornó mi adorada
tu solitaria corteza?
Bajo tu plácida sombra
me viste evitar con Lesbia
del fiero sol meridiano
el ardor y luz intensa.
Entonces ella sensible
pagaba mi fe sincera
y en ti enlazó nuestros nombres
de inmortal cariño en prenda
su amor pasó, ¡y ellos duran
cual dura mi amarga pena!…
Deja que borre el cuchillo
memorias ¡ay! tan funestas.
No me hables de amor: no juntes
mi nombre con el de Lesbia,
cuando la pérfida ríe
de sus mentidas promesas
y de un triste desengaño
al despecho me condena.

1821

José María Heredia

Vuelve a mis brazos, deliciosa Lira,
en que de la beldad y los amores
el hechizo canté. Sobrado tiempo
de angustias y dolores
el eco flébil fuera
mi quebrantada voz. ¿Cómo pudiera
no calmar mi agonía
este brillante día
que a Lola vio nacer? ¡Cuán deleitosa
despunta en oriente la luz pura
del natal de una hermosa!
Naciste, Lola, y Cuba
al contemplar en ti su bello adorno
aplaudió tu nacer. Tu dulce cuna
meció festivo amor: tu blanda risa
nació bajo su beso: complacido
la recibió, y en inefable encanto
y sin igual dulzura
tus labios inundó: tu lindo talle
de gallarda hermosura
Venus ornó con ceñidor divino,
y, tal vez envidiosa, contemplaba
tu celestial figura.

      Nace bárbarocaudillo,
      que con frenética guerra
      debe desolar la tierra,
      y gime la humanidad.
   
      Naciste, Lola, y el mundo
      celebró tunacimiento,
      y embelesado y contento
      adoró amor tu beldad.

Feliz aquel a quien afable miras
que en tu hablar se embebece, y a tu lado
admira con tu talle delicado
a viva luz de tus benignos ojos.
¡Venturoso mortal! ¡en cuanta envidia
mi corazón enciendes!… Lola hermosa,
¿quién tanta beldad y a tantas gracias
pudiera resistir, ni qué alma fría
con la expresión divina de tus ojos
no se inflama de amor? El alma mía
se abrasó a tu mirar… Eres más bella
que la rosa lozana,
del Zéfiro mecida
al primer esplendor de la mañana.

      Si en un tiempo más bello y felice
      tantas gracias hubiera mirado,
      ¡Ah! tú fueras objeto adorado
      de mi fina y ardiente pasión.

      Mas la torpe doblez, la falsía,
      que mi pecho sensible rasgaron,
      en su ciego furor me robaron
      del placer la dichosa ilusión.

¡Ángel consolador! Tu beldad sola
el bárbaro rigor de mis pesares
a mitigar alcanza,
y en tus ojos divinos
bebo rayos de luz y de esperanza.
Conviértelos a mí siempre serenos,
abra tus labios plácida sonrisa,
y embriágame de amor!… Acepta grata
por tu ventura mis ardientes votos.
¡Ah! tú serás feliz: ¿cómo pudiera
sumir el cielo en aflicción y luto
tanta y tanta beldad? Si despiadado
el feroz infortunio te oprimiere,
¡ay! ¡no lo mire yo! Baje a la tumba
sin mirarte infeliz; o bien reciba
los golpes de la suerte,
y de ellos quedes libre, y generoso
si eres dichosa tú, seré dichoso.

      Me oyes, Lola, placentera,
      llena de fuerza y de vida…
      ¡Ay! mi juventud florida
      el dolor marchita ya.

      Cuando la muerte me hiera,
      y torne tu día sereno
      acuérdate de Fileno,
      di su nombre suspirando,
      y en torno de ti volando
      mi sombra se gozará.

Marzo, 1822

José María Heredia

Despunta apenas la rosada aurora:
plácida brisa nuestras velas llena;
callan el mar y el viento, y solo suena
el rudo hendir de la cortante prora.

Ya separado ¡ayme! de mi señora
gimo no más en noche tan serena:
dulce airecillo, mi profunda pena
lleva al objeto que mi pecho adora.

¡Oh! ¡cuántas veces, al rayar el día,
ledo y feliz de su amoroso lado
salir la luna pálida me vía!

¡Huye, memoria de mi bien pasado!
¿Qué sirves ya? Separación impía
la brillante ilusión ha disipado.

José María Heredia