Yo había perdido un año en ceremoniascon el rey del país oculto. Los áulicos sagaces anulabanmi solicitud y sufrían los desahogos de mi protesta con unasonrisa neutral.
Yo procuraba intimidarlos con el nombre de misoberano y describía enfáticamente los recursos infinitosde su armada. Se creían salvos en el recinto de sus montes.
Yo entretenía el sinsabor criticando elestatuto de la familia. Me holgaba con el trato de las mujeresinfantiles y de los niños alegres y descubría los efectosde una crianza atenida a la captura del presente rápido. Unpasaje en verso, el primer asunto fiado a la memoria, escrito en unacinta de seda, insistía de modo pintoresco en la realidadsucesiva.
Nunca he visto igual solicitud por las criaturassimples de la naturaleza. Los niños demostraban un almaindulgente en su familiaridad con las cigarras y con las mariposasrecogidas, durante la noche, en una jaula de mimbre y sedivertían con las piruetas y remolinos de unos peces desustancia efímera, circulantes en un acuario de obsidiana.
Un cortesano, especie de senescal, me visitóuna vez con el mensaje de haber sido allanados los inconvenientes de miembajada. Yo debía presenciar, antes de mi retorno y enseñal de amistad, una fiesta dirigida a conciliarme los geniosdefensores del territorio. El cortesano se alejó despuésde asentarme en el hombro su abanico autoritario.
La fiesta se limitaba a recitar delante de un gamounicorne, símbolo de la felicidad, pintado en un lienzoescarlata, unos himnos de significación abolida. Unos sacerdotescalvos no cesaban de imprimir un sonido igual en sus tamboriles deazófar.
Uno de los oficiantes renunció el vestidofaldulario y el instrumento desapacible con el propósito defacilitar mi salida. Gobernó un día entero mi balsarústica, palanca en mano, según el curso de un ríotumultuoso.
El gamo unicorne, signo del feliz agüero, sedejó ver sobre la cima de un volcán extinguido.