El sacerdote refiere los acontecimientosprehistóricos. Describe un continente regido por monarcasiniciados, de ínfulas venerables y tiaras suntuosas, ycómo provocaron el cataclismo en donde se perdieron, alzadoscontra los númenes invulnerables.

    El sacerdote se confesó heredero de lasabiduría aciaga, recogida y atesorada por él mismo y losde su casta.

    Infería golpes al rostro de las panterasfrenéticas. Afrontaba la autoridad de los leones ypercudía su corona. Captaba, desde su observatorio, lascentellas del cielo por medio de un mecanismo de hierro.

    Se ocupó de facilitar mi viaje de retorno. Sugalera de veinte remos por banda surcaba, al son de un pífano,el golfo de las verdes olas.

    Volví al seno de los míos, a celebrarcon ellos la ceremonia de una separación perdurable.

    La belleza de la mañana aguzaba elsentimiento de la partida.

    Debía seguir el consejo del sacerdoteinteresado en mi felicidad, fijándome, para siempre, en lapenínsula de la primavera asidua.

    Pábulo hasta entonces de la brutalidad,ignorante de la misericordia y del afecto, caíste en mis brazosamorosos tú, que habías caído y eras casta,reducida por la adversidad a lastimosa condición de ave cansada,de cordero querelloso y herido. Interrumpida por quejas fue la historiade tu vida, toda dolor o afrenta. Expósita sacrificada dealgún apellido insigne, fuiste recogida por quien explotómás tarde tu belleza. Ahora pensabas que tu muerte seríapública, como tu aparición en el mundo; que algúndía vendría ella a liberarte de tus enemigos, la miseria,el dolor y el vicio; que la crónica de los periódicos,registrando el suceso, no diría tu nombre de emperatriz o deheroína, sustituyéndolo por el apodo infamante.

    Agobiaba tu frente con estigma oprobioso lainjusticia; doblegaba tus hombros el peso de una cruz. Cerca demí, dolorosa y extenuada, hablabas con los ojos bajos que, muyrara vez levantados, dejaban descubrir, vergonzosos, ilusión deparaísos perdidos de amor.

    Tanto como por esos pensamientos, se elevaba tuqueja por la belleza marchita casi al comienzo de la juventud, por lamustia energía de los músculos en los brazosanémicos, por los hombros y espaldas descarnados, propicios a latisis, por la fealdad que acompañaba tu flaqueza… Era la tuyauna queja intensa, como si estuviera aumentada por la de antepasadosvirtuosos que lamentaran tu ignominia. Era la primera vez que no lasofocabas en silencio, como hasta entonces, a los cielos demasiadolejanos, a los hombres demasiado indiferentes. Y prometíasrecordar y bendecirme a mí, a aquel hombre, decías, elúnico que te había compadecido, sin cuya caridad tehabrías encontrado más aislada, que tenía losbrazos abiertos a todas las desventuras, pues fijo como a una cruzestaba por los dolores propios y ajenos. Por no afligirte más,te dejé ignorar que yo, soñador de una imposiblejusticia, iba también quejumbroso y aislado por la vida, y que,más infeliz que tú, sin aquel afecto que moriríapronto contigo, estaría solo.

    Yo vivía perplejo descubriendo las ideas ylos hábitos del mago furtivo. Yo establecía su parentescoy semejanza son los músicos irlandeses, juntados en la corte poruna invitación honorable de Carlomagno. Uno de esos ministrileshabía depositado entre las manos del emperador difunto, alcelebrarse la inhumación, un evangelio artístico.

    El mago furtivo no cesaba de honrar la memoria de suhija y sopesaba entre los dedos la corona de perlas de su frente. Ladoncella había nacido con el privilegio de visitar el mundo enuna carrera alada. La muerte la cautivó en una red de aire,artificio de cazar aves, armado en alto. Su progenitor la habíabautizado en el mar, siguiendo una regla cismática, y noalcanzó su propósito de comunicarle la invulnerabilidadde un paladín resplandeciente.

    El mago preludiaba en su cornamusa, con el fin decelebrar el nombre de su hija, una balada guerrera en el sosiegonocturno y de esa misma suerte festejaba el arribo de la golondrina enel aguaviento de marzo.

    La voz de los sueños le inspiró elcapricho de embellecer los últimos días de su jornadaterrestre con la presencia de una joya fabulosa, a imitación delos caballeros eucarísticos. Se despidió de míadvirtiéndome su esperanza de recoger al pie de un árbolinvisible la copa de zafir de Teodolinda, una reina lombarda.

    Prebenda del cobarde y del indiferente reputanalgunos la soledad, oponiéndose al criterio de los santos querenegaron del mundo y que en ella tuvieron escala de perfeccióny puerto de ventura. En la disputa acreditan superior sabiduríalos autores de la opinión ascética. Siempre seránecesario que los cultores de la belleza y del bien, los consagradospor la desdicha se acojan al mudo asilo de la soledad, únicorefugio acaso de los que parecen de otra época, desconcertadoscon el progreso. Demasiado altos para el egoísmo, no le obedecenmuchos que se apartan de sus semejantes. Opuesta causa favorece amenudo tal resolución, porque así la invocaba un hombreen su descargo:

    La indiferencia no mancilla mi vida solitaria; losdolores pasados y presentes me conmueven; me he sentido prisionero enlas ergástulas; he vacilado con los ilotas ebrios para inspiraramor a la templanza; me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me lastimala melancolía invencible de las razas vencidas. Los hombrescautivos de la barbarie musulmana, los judíos perseguidos enRusia, los miserables hacinados en la noche como muertos en la ciudaddel Támesis, son mis hermanos y los amo. Tomo elperiódico, no como el rentista para tener noticias de sufortuna, sino para tener noticias de mi familia, que es toda lahumanidad. No rehúyo mi deber de centinela de cuanto esdébil y es bello, retirándome a la celda del estudio; yosoy el amigo de los paladines que buscaron vanamente la muerte en elriesgo de la última batalla larga y desgraciada, y es mirecuerdo desamparado ciprés sobre la fosa de los héroesanónimos. No me avergüenzo de homenajes caballerescos ni degalanterías anticuadas, ni me abstengo de recoger en el lodo delvicio la desprendida perla de rocío. Evito los abismos paralelosde la carne y de la muerte, recreándome con el afecto puro de lagloria; de noche en sueños oigo sus promesas y estoy, pormilagro de ese amor, tan libre de lazos terrenales como aquelmístico al saberse amado por la madre de Jesús. Lahistoria me ha dicho que en la Edad Media las almas nobles seextinguieron todas en los claustros, y que a los malvados quedóel dominio y población del mundo; y la experiencia, que confirmaesta enseñanza, al darme prueba de la veracidad de Cervantes quehizo estéril a su héroe, me fuerza a la imitacióndel Sol, único, generoso y soberbio.

    Así defendía la soledad uno, cuyoafligido espíritu era tan sensible, que podía servirle deimagen un lago acorde hasta con la más tenue aura, y en cuyoseno se prolongaran todos los ruidos, hasta sonar recónditos.

    La noche disimulaba el litoral bajo, inundado. Unasaves lo recorrían a pie y lo animaban con sus gritos. Igualabanla sucedumbre de las arpías.

    Yo me había perdido entre las cabañasdiseminadas de modo irregular. Me seguía una escolta de perrossiniestros, inhábiles para el ladrido. Una conseja losseñalaba por descendientes de una raza de hienas.

    Yo no quería llamar a la puerta de uno de losvecinos. Se habían enfermado de ingerir los frutos corrompidosdel mar y de la tierra y mostraban una corteza indolora en vez deepidermis. La alteraban con dibujos penetrantes, de inspiraciónaugural. El vestido semejaba una funda y lo sujetaban por medio devendas y de cintas, reproduciendo, sin darse cuenta, el aderezo de lasmomias.

    Las líneas de una serranía sepronunciaban en la espesura del aire. Daban cabida, antes, a laaparición de una luna perspicaz. Un espasmo, el de la cabeza deun degollado, animaba los elementos de su fisonomía.

    El satélite se había alejado dealumbrar el asiento de los pescadores, trasunto de un hospital. Yo medirigí donde asomaba en otro tiempo y lo esperé sinresultado. Me detuve delante de un precipicio.

    Los enfermos se juzgaron más infelices en elseno de la oscuridad y se abandonaron hasta morir.

    El tiempo es un invierno que apaga laambición con la lenta, fatal caída de sus nieves. Pasacon ningún ruido y con mortal efecto: la tez amanece undía inesperado marchita, los cabellos sin lustre y escasos,fácil presa a la canicie, menguado el esplendor de los ojos,sellada de preocupaciones la frente, el semblante amargo, elcorazón muerto. Sobre el mundo en la hora de nuestra vejez llorala amarilla luz del sol, y no asiste a dulces cuitas de amor laromántica luna. Blancos, fríos rayos de aceroenvía desde la altura melancólica. Paso la juventudfavorecida por el astro benéfico en las noches de rondadonjuanesca. Desde hoy preside el desfile de los recuerdos en las nochesen que despiertan pensamientos como ruidos en una selva honda.

    Ha pasado el momento de unirse en amorosasimpatía; hace ya tiempo que con la primera cana sedespidió para siempre el amor, espantado del egoísmo y laavaricia que en los corazones viejos hacen su morada. Ahora comienza lamisantropía, el odio a lo bello y de lo alegre, el remordimientode los años perdidos, la queja por el aislamiento irremediable,la desconfianza de sobrar en la familia que otro ha fundado. Trabaja,pena la imaginación del soltero ya viejo, daría tesorospor el retorno del pasado, no muy remoto, en que pudo prepararse parala vejez voluptuoso nido en regazo de mujer.

    La alegría ruidosa de los niños cantaen nuestro espíritu. Castigo inevitable sigue a quien la desechapara sus años postreros, y es más feliz que todos losmortales quien participa con interés de padre en ese inocenteregocijo, y se evita en la tarde de la vida la pesarosa calma queaflige al egoísta en su desesperante soledad. A éste,desligado de la vida, desinteresado de la humanidad, estorboso en elmundo, lo espera con sus fauces oscuras la tumba. Fastidiado debeansiar la muerte, ya que su lecho frío semeja ataúdrígido.

    Cuando descansa en la noche con la nostalgia deamorosa compañía, no le intimida el pensamiento de latierra sobre su cadáver. El horror del sepulcro es ya menosgrave que el hastío de la vida lenta y sin objeto. No le importael olvido que sigue a la muerte, porque sobreviviendo a sus amigos,está sin morir desamparado. Quisiera apresurar sus día ydesaparecer por miedo al recuerdo de la vida pasada sin nobleza, comoun río en medio a estériles riberas. Huye tambiénde recordar antiguas alegrías, refinadamente crueles, queengañaron al más sabio de los hombres,convenciéndolo de la vanidad de todo. Así concluyepensando el que de sus goces recogió espinas, y vivióinútil. Aún más desolada convicción cabe aquien ni procreando se unió en simpático lazo con lahumanidad… Ahora olvidado, triste, duro a todo afecto elcorazón, si derramara lágrimas, serían lavasardientes, venidas de muy hondo.

    Una amante pérfida me había sugeridoen el deshonor. Su discurso ocupaba mi pensamiento con la imagen de unacarrera absurda, en un bajel proscrito. Yo desvariaba en la sala de unaorgía cínica.
    Los cazadores de ballenas, aventurados antes deColón y Vasco de Gama en el derrotero de los paísesinéditos, no habían previsto en sus cartas el sitio delextravío. Las aves del mar sucumbieron de fatiga sobre los palosy mesetas de mi galera. Yo me detuve al pie de unos cantiles inhumanos,bajo un cielo gaseoso.
    Recorría en la memoria los pasajes de laDivina Comedia, donde alguna estrella, señalada por la vistaaugural de Dante, sirve para encaminarlo entre el humo del infierno ysobre el monte del purgatorio.
    Mi viaje se verificaba en un mismo tiempo con laorgía decadente. Quise interrumpir el hastío del litoralgrave, disparando el cañón de proa. El estampido redujo apolvo la casa del esparcimiento infame.

    Amo la paz y la soledad; aspiro a vivir en una casaespaciosa y antigua donde no haya otro ruido que el de una fuente,cuando yo quiera oír su chorro abundante. Ocupará elcentro del patio, en medio de los árboles que, para salvar delsol y del viento el sueño de sus aguas, enlazarán lascopas gemebundas. Recibiré la única visita de lospájaros que encontrarán descanso en mi refugiosilencioso. Ellos divertirán mi sosiego con el vuelo arbitrarioy su canto natural; su simpleza de inocentes criaturas disiparáen el espíritu la desazón exasperante del rencor,aliviando mi frente el refrigerio del olvido.

    La devoción y el estudio me ayudarán acultivar la austeridad como un asceta, de modo que ni interéshumano ni anhelo terrenal estorbará las alas de mimeditación, que en la cima solemne del éxtasisdescansarán del sostenido vuelo; y desde allídivisará mi espíritu el ambiguo deslumbramiento de laverdad inalcanzable.

    Las novedades y variaciones del mundollegarán mitigadas al sitio de mi recogimiento, como si lashubiera amortecido una atmósfera pesada. No aceptarésentimiento enfadoso ni impresión violenta: la luzllegará hasta mí después de perder su fuego en laespesa trama de los árboles; en la distancia acabará elruido antes que invada mi apaciguado recinto; la oscuridadservirá de resguardo a mi quietud; las cortinas de la sombracircundarán el lago diáfano e imperturbable del silencio.

    Yo opondré al vario curso del tiempo laserenidad de la esfinge ante el mar de las arenas africanas. Nosacudirán mi equilibrio los días espléndidos desol, que comunican su ventura de donceles rubios y festivos, ni losopacos días de lluvia que ostentan la ceniza de la penitencia.En esa disposición ecuánime esperaré el momento yafrontaré el misterio de la muerte.

    Ella vendrá, en lo más callado de unanoche, a sorprenderme junto a la muda fuente. Para aumentar la santidadde mi hora última, vibrará por el aire un beato rumor,como de alados serafines, y un transparente efluvio deconsolación bajará del altar del encendido cielo. A micadáver sobrará por tardía la atención delos hombres; antes que ellos, habrán cumplido el mejor rito demis sencillos funerales el beso virginal del aura despertada por laaurora y el revuelo de los pájaros amigos.

    Nos proponíamos visitar a un reyezuelotimorato. Pendía del asentimiento de la Gran Bretaña.

    Mandó, para facilitarnos el viaje, unaescolta de sus ministros, vestidos de seda amarilla. Montaban un barcofluvial, canoa de guerra, semejante a una mariposa desplegada.¡Tan original era el aderezo de sus velas!

    Teníamos siempre a la vista alguna pagoda deforma de campana, situada en una tregua del bosque. La naturalezatropical soltaba el coro de sus voces innumerables y lo gobernaba elgrito de un mono colgado por una sola mano. Los ministros del reyezueloaumentaban la batahola sonando una música de carraca y tambor.

    Superamos los rodeos del majestuoso caudal de agua yllegamos al palacio de nuestro personaje, edificio de estiloquimérico, en medio de una salva de cañones desusados.Los espantajos del sueño y las fieras del desiertoconstituían los motivos ornamentales de la arquitectura. El reyincorporaba su propio nombre, una serie de calificativos y atributossanguinarios, holganza de su vanidad ingenua.

    Nos recibió cortésmente y se dio porsatisfecho con nuestro saludo prosternado. Nos recitó, en laprimera entrevista, los preceptos relativos a la cólera y alorgullo, para darnos una idea de las doctrinas de su raza.

    Nos invitó, la noche siguiente, al pasatiempode un drama. La decoración poseía un olvidado sentidolitúrgico y los parlamentos, iguales y prolijos,componían la historia de una venganza. El conflicto sedesenlazaba por medio de un acaso inverosímil y lailusión dramática cedía el puesto a undesmán efectivo. Una mujer del serrallo, malquista del rey,desempeñaba el papel más odioso y fue enterrada viva.

    El caballero Leonardo nutre en la soledad el malhumor que ejercita en riñas e injurias. No lo consuela supalacio y, lejos de gozarlo, se aplica a convertirlo en cavernahorrenda y sinuosa, en castillo erizado de trampas. Allíinterrumpe el silencio con el aullido de cautivas fieras atormentadas.Recorre la ciudad desgarrando el velo medroso de la media noche con losgolpes y las voces de secuaces blasfemos.

    Antes de amanecer, con miedo de la luz, se recoge adescansar de la peregrinación desnatural. Huye de mirar labelleza en la alegre diversidad de los colores repartidos en edificiosy jardines, y solaza los ojos en la oscuridad confusa y en la sombrallana.

    Encuentra en lecturas copiosas el consejo que inducea la maldad y el sofisma que la disculpa. Entretiene, por el recuerdode encendidas afrentas, el odio hético y febril. Desvela a susmalquerientes con la amenaza de infalibles sicarios, con la intrigaperseverante y deleznable, con la interpresa en que ocupa gentes dehorca y de traílla.

    Sigue sin esfuerzo la austeridad que endurece elalma de los malos. Niega extraterrenos castigos y venturas con amarga eimprecante soberbia. Desafía el sino de la muerte sangrienta quedespuebla su alcázar. Espera de su erizado huerto el prometidotalismán de alguna flor de rojo centro en cáliz negro.Viste entretanto de luto el caballero siniestro y medita bajo el torvoantifaz.

    Está rodeado de miedo y de silencio elpalacio en que de día descansa o traza para la noche su delito.Morada ruidosa, ufana de antorchas, desde que las sombras agobian elresto de la ciudad, y urna de recuerdos y leyendas desde que elcadáver del enlutado señor muestra en el pecho abiertomanantial de sangre, y figura el absurdo talismán. El pueblo seapodera de esa vida, y dice, con sentimiento pagano, que fuevíctima de la noche y de sus vengativos númenesguardianes.