Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.

Jorge Luis Borges, 1977

Les tocó en suerte una época extraña.

El planeta había sido parcelado en distintos países, cadauno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sinduda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar,de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y desímbolos. Esa división, cara a los catógrafos,auspiciaba las guerras.

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil;Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown.Habíaestudiado castellano para leer el Quijote.

El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido reveladoen una aula de la calle Viamonte.

Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unasislas demasiado famosas, y cada uno de los dos fueCaín, y cada uno, Abel.

Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.

El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Jorge Luis Borges, 1985