Mañana llegará nuestro descanso;
no ceses de latir, corazón mío;
mañana será el mar, será el remanso
en que mi afán se tienda como un río.

Mañana será el pan de nuestra hambre,
mañana a nuestra luz huirá el ocaso,
no existirá mañana esta cochambre
de la tierra, que enloda nuestro paso.

Hoy sentimos el peso de lo triste,
corazón, sobre el hombro balbuciente,
sobre el hombro infantil que se resiste
a llevarle a la vida la corriente.

Hoy nos muerden las víboras, nos ciegan
tenebrosos murciélagos, nos chillan
mal agüero los búhos que segregan
presagios ciertos que en la noche brillan.

Muchos ojos atónitos nos gritan,
con órbitas de pánico, en las venas;
mil manos erizadas nos crepitan
debajo de lo que es conciencia apenas.

Pero todo es un día; y el descanso
ya viene del mañana sin desvío:
Mañana será el mar, será el remanso
en que mi afán se tienda como un río.

Jesús Tomé

A veces nos quedamos silenciosos
tan hondos y vacíos de tristeza,
que nuestra pura desnudez invoca
mudamente la luz de una presencia.

Medimos por el hueco, lo que falta
de densidad y plenitud en esta
lobreguez de ser hombre clausurado,
pero abierto en sí mismo y sin cancela.

Alguien a quien le damos nuestra espalda
nos acosa buscándonos las vueltas
y se pone a mirar hacia lo oscuro
que tiembla en lo interior de la caverna.

Y nosotros sentados hacia dentro,
con los ojos sellados en la piedra,
tememos que, al volvernos, de repente,
nos hallemos de cara a la evidencia.

Porque nunca podremos. Hace falta
que nos bielde la muerte y nos dé vuelta,
que nos meta su luz como en un guante
y nos saque los ojos hacia afuera.

La luz nos llegará. Se hará presente
a inaugurar su reino. Mientras llega,
sólo queda esperar en el silencio
y convertir en sed nuestra tristeza.

Jesús Tomé

Ya no acierto a decir lo que me duele
cuando me duele el alma:
son mil cosas que no me pertenecen,
es una ajena historia dislocada.

Todo el dolor del mundo ha desbocado
sobre mi ser sus puntiagudas aguas
-cristales carne adentro, hasta la pulpa-,
donde el dolor se hace sustancia.

Los ojos sin remedio franqueados
van sorbiendo un espanto sin palabras;
porque suenan dolores no sé a dónde,
pero en todos los senos de mi alma.

La tierra es un bordón bajo los cascos
hinchados que machacan
alegrías que nunca han existido
pero que fueron siempre una esperanza…
¡La esperanza es de ayer! Hoy solo quedan
unas manos que exprimen a la nada…

Me duele un corazón que no es el mío,
qué no sé de quién es, aunque es de todos:
acerico sangrante donde clavan
sus deseos de rabia los enconos
de todo lo posible que me obliga,
solo y sin fuerzas, a llevar los ojos
abiertos para siempre a lo terrible
que puede verse de un momento a otro.

Pero empiezo a sentir cauterizadas
esas heridas que presiento en torno,
como luces lejanas, en la noche
de este dolor sin nombre que yo nombro…
…porque siento que Dios, como una mano,
me ha puesto su Ternura sobre el hombro…

Jesús Tomé