A Lucila Velásquez

Los dispositivos de los barcos para la navegación solitaria funcionan confrecuencia a destiempo. Las técnicas de recepción, por ejemplo, noidentifican sino a sombras. Las señales de satélite vuelan en órbitas tanbajas que el ecuador está siempre distante y las sondas acústicas no midenprofundidades sino abismos insondables. En alta mar, cuando los lugares sonsiempre los mismos, el navegante solitario es el único ser que en elplaneta, fuera de la gran ballena, se alimenta de resonancias: cada andrajodel océano puede ser la última visión

Gustavo Pereira

Sucede que las sondas electromagnéticas temen a las aguas del océano.

Yson entendibles sus razones. Por más alta que sea su frecuencia, éste lasamortigua, las desvanece, las aniquila, como hace con los rayos de luz ycon los náufragos irrecuperables. Ni siquiera el láser, tan pertinaz,puede traspasar la barrera de reflexiones, refracciones y absorciones de losfondos marinos, en donde anidan, tenaces y desvelados, los concertistas delas profundidades y las sombras eternas. Sólo por canales hasta ahorasecretos pueden viajar las ondas acústicas llevando y trayendo los llamadosde las centollas, el traqueteo de los crustáceos como si fueranametralladoras disparadas al mismo tiempo en un cuarto de vidrio, lostambores de los peces errabundos, los silbidos de las grandes ballenas y lalengua dulce y entrañable de los delfines.

Eso pasa con mi amor por ti, hasta ahora secreto, porque teme laincertidumbre de tus aguas.

Gustavo Pereira