La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en la arena, ley te humilla;
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.

En tu soberbia misma te detienes,
Que humilde eres bastante a resistilla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?

Sin duda el verte presa, encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.

Francisco de Quevedo y Villegas

Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al Acero valiente, al mármol frío,
que contra el tiempo su dureza atreve.

Aún no ha nacido el Pie cuando se mueve
camino de la Muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio Río
que negro Mar con altas ondas bebe.

Cada corto momento es paso largo
que doy a mi pesar en tal jornada,
pues parado y durmiendo siempre aguijo.

Corto suspiro, último y amargo,
es la muerte forzosa y heredada;
mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?

Francisco de Quevedo y Villegas, antes de 1613

Señor don Juan, pues con la fiebre apenas
Se calienta la sangre desmayada,
Y por la mucha edad, desabrigada
Tiembla, no pulsa entre la arteria y venas;

Pues que de nieve están las cumbres llenas
La boca de los años saqueada,
La vista enferma en noche sepultada,
Y las potencias de ejercicio ajenas:

Salid a recibir la sepultura,
Acariciad la tumba y monumento,
Que morir vivo es última cordura.

La mayor parte de la Muerte, siento
Que se pasa en contentos y locura;
Y a la menor se guarda el sentimiento.

Francisco de Quevedo y Villegas

HABLA EL MÁRMOL

Memoria soy del más glorioso pecho
Que España en su defensa vio triunfante;
En mí podrás, amigo Caminante,
Un rato descansar del largo trecho.

Lágrimas de soldados han deshecho
En mí las resistencias de diamante;
Yo cierro al que el Ocaso y el Levante
A su Victoria dio Círculo estrecho.

Estas Armas, vïudas de su Dueño,
Que visten de funesta valentía
Este, si humilde, venturoso leño,

Del grande Osuna son; Él las vestía,
Hasta que apresurado el postrer sueño,
Le ennegreció con Noche el blanco Día.

Francisco de Quevedo y Villegas

Después que te conocí,
Todas las cosas me sobran:
El Sol para tener día,
Abril para tener rosas.

Por mi bien pueden tomar
Otro oficio las Auroras,
Que yo conozco una luz
Que sabe amanecer sombras.

Bien puede buscar la noche
Quien sus Estrellas conozca,
Que para mi Astrología
Ya son oscuras y pocas.

Gaste el Oriente sus minas
Con quien avaro las rompa,
Que yo enriquezco la vista
Con más oro a menos costa.

Bien puede la Margarita
Guardar sus perlas en conchas,
Que Búzano de una Risa
Las pesco yo en una boca.

Contra el Tiempo y la Fortuna
Ya tengo una inhibitoria:
Ni ella me puede hacer triste,
Ni él puede mudarme un hora.

El oficio le ha vacado
A la Muerte tu persona:
A sí misma se padece,
Sola en ti viven sus obras.

Ya no importunan mis ruegos
A los cielos por la gloria,
Que mi bienaventuranza
Tiene jornada más corta.

La sacrosanta Mentira
Que tantas Almas adoran,
Busque en Portugal vasallos,
En Chipre busque Coronas.

Predicaré de manera
Tu belleza por Europa,
Que no haya Herejes de Gracias,
Y que adoren en ti sola.

Francisco de Quevedo y Villegas

Zampuzado en un banasto
Me tiene su Majestad,
En un callejón Noruega
Aprendiendo a gavilán.

Graduado de tinieblas
Pienso que me sacarán
Para ser noche de Invierno,
O en culto algún Madrigal.

Yo, que fui Norte de guros,
Enseñando a navegar
A las Godeñas en ansias,
A los buzos en afán,

Enmoheciendo mi vida
Vivo en esta oscuridad,
Monje de zaquizamíes,
Ermitaño de un desván.

Un abanico de culpas
Fue principio de mi mal;
Un letrado de lo caro,
Grullo de la puridad.

Dios perdone al Padre Esquerra,
Pues fue su Paternidad
Mi suegro más de seis años
En la cuexca de Alcalá,

En el mesón de la ofensa,
En el Palacio mortal,
En la casa de más cuartos
De toda la Cristiandad.

Allí me lloró la Guanta,
Cuando por la Salazar,
Desporqueroné dos almas
Camino de Brañigal.

Por la Quijano, doncella
De perversa honestidad,
Nos mojamos yo y Vicioso,
Sin metedores de paz.

En Sevilla el Árbol seco
Me prendió en el arenal,
Porque le afufé la vida
Al zaino de Santo Horcaz.

El zapatero de culpas
Luego me mandó calzar
Botinicos Vizcaínos,
Martillado el cordobán.

Todo cañón, todo guro,
Todo mandil jayán,
Y toda iza con greña,
Y cuantos saben fuñar,

Me lloraron soga a soga,
Con inmensa propiedad,
Porque llorar hilo a hilo
Es muy delgado llorar.

Porque me metí una noche
A Pascua de Navidad
Y libré todos los presos
Me mandaron cercenar.

Dos veces me han condenado
Los señores a trinchar,
Y la una el Maestresala
Tuvo aprestado sitial.

Los diez años de mi vida
Los he vivido hacia atrás,
Con más grillos que el Verano,
Cadenas que el Escorial.

Más Alcaides he tenido
Que el castillo de Milán,
Más guardas que Monumento,
Más hierros que el Alcorán,

Más sentencias que el Derecho,
Más causas que el no pagar,
Más autos que el día del Corpus,
Más registros que el Misal,

Más enemigos que el agua,
Más corchetes que un gabán,
Más soplos que lo caliente,
Más plumas que el tornear.

Bien se puede hallar persona
Más jarifa y más galán,
Empero más bien prendida
Yo dudo que se hallará.

Todo este mundo es prisiones,
Todo es cárcel y penar:
Los dineros están presos
En la bolsa donde están;

La cuba es cárcel del vino,
La troj es cárcel del pan,
La cáscara, de las frutas
Y la espina del rosal.

Las cercas y las murallas
Cárcel son de la ciudad;
El cuerpo es cárcel del Alma,
Y de la tierra la mar.

Del Mar es cárcel la orilla,
Y en el orden que hoy están,
Es un cielo de otro cielo
Una cárcel de cristal.

Del aire es cárcel el fuelle,
Y del fuego el pedernal;
Preso está el oro en la mina;
Preso el diamante en Ceilán.

En la hermosura y donaire
Presa está la libertad,
En la vergüenza los gustos,
Todo el valor en la paz.

Pues si todos están presos,
Sobre mi mucha lealtad
Llueva cárceles mi cielo
Diez años sin escampar.

Lloverlas puede si quiere
Con el peine y con mirar,
Y hacerme en su Peralvillo
Aljaba de la Hermandad.

Mas volviendo a los amigos,
Todos barridos están,
Los más se fueron en uvas
Y los menos en agraz.

Murió en Nápoles Zamora
Ahíto de pelear,
Lloró a cántaros su muerte
Eugenia la Escarramán.

Al Limosnero a Zaguirre
Le desjarretó el tragar:
Con el Limosnero pienso
Que se descuidó San Blas.

Mató a Francisco Jiménez
Con una aguja un rapaz,
Y murió muerte de sastre,
Sin tijeras ni dedal.

Después que el Padre Perea
Acarició a Satanás
Con el alma del corchete
Vaciada a lo Catalán,

A Roma se fue por todo,
En donde la enfermedad
Le ajustició en una cama,
Ahorrando de procesar.

Dios tenga en su santa gloria
A Bartolomé Román,
Que aun con Dios, si no le tiene,
Pienso que no querrá estar.

Con la grande polvareda,
Perdimos a Don Beltrán,
Y porque paró en Galicia,
Se teme que paró en mal.

Jeldre está en Torre Bermeja;
Mal aposentado está,
Que torre de tan mal pelo
A Judas puede guardar.

Ciento por ciento llevaron
Los Inocentes de Orgaz,
Peonzas que a puro azote
Hizo el bederre bailar.

Por pedigüeño en caminos,
El que llamándose Juan,
De noche, para las capas,
Se confirmaba en Tomás,

Hecho nadador de penca,
Desnudo fue la mitad,
Tocándole pasacalles
El músico de Quien tal…

Sólo vos habéis quedado,
¡Oh Cardoncha singular!,
Roído del Sepan cuántos…
Y mascado del varal.

Vos, Bernardo entre Franceses,
Y entre Españoles Roldán,
Cuya espada es un Galeno
Y una botica la faz,

Pujamiento de garnachas
Pienso que os ha de acabar,
Si el avizor y el calcorro
Algún remedio no dan.

A Micaela de Castro
Favoreced y amparad,
Que se come de Gabachos
Y no se sabe espulgar.

A las hembras de la caja,
Si con la expulsión fatal
La desventurada Corte
No ha acabado de enviudar,

Podéis dar mis encomiendas,
Que al fin es cosa de dar:
Besamanos a las niñas,
Saludes a las de edad.

En Vélez a dos de marzo,
Que por los putos de allá
No quiere volver las ancas,
Y no me parece mal.

Francisco de Quevedo y Villegas

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega, y quien lo duda,
que es lengua la verdad de Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.

Son la verdad y Dios, Dios verdadero,
ni eternidad divina los separa,
ni de los dos alguno fue primero.

Si Dios a la verdad se adelantara,
siendo verdad, implicación hubiera
en ser, y en que verdad de ser dejara.

La justicia de Dios es verdadera,
y la misericordia, y todo cuanto
es Dios, todo ha de ser verdad entera.

Señor Excelentísimo, mi llanto
ya no consiente márgenes ni orillas:
inundación será la de mi canto.

Ya sumergirse miro mis mejillas,
la vista por dos urnas derramada
sobre las aras de las dos Castillas.

Yace aquella virtud desaliñada,
que fue, si rica menos, más temida,
en vanidad y en sueño sepultada.

Y aquella libertad esclarecida,
que en donde supo hallar honrada muerte,
nunca quiso tener más larga vida.

Y pródiga de l´alma, nación fuerte,
contaba, por afrentas de los años,
envejecer en brazos de la suerte.

Del tiempo el ocio torpe, y los engaños
del paso de las horas y del día,
reputaban los nuestros por extraños.

Nadie contaba cuánta edad vivía,
sino de qué manera: ni aun un´hora
lograba sin afán su valentía.

La robusta virtud era señora,
y sola dominaba al pueblo rudo;
edad, si mal hablada, vencedora.

El temor de la mano daba escudo
al corazón, que, en ella confiado,
todas las armas despreció desnudo.

Multiplicó en escuadras un soldado
su honor precioso, su ánimo valiente,
de sola honesta obligación armado.

Y debajo del cielo, aquella gente,
si no a más descansado, a más honroso
sueño entregó los ojos, no la mente.

Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja, primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.

Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la cama;
sano le aventuró, vengóle herido.

Todas matronas, y ninguna dama:
que nombres del halago cortesano
no admitió lo severo de su fama.

Derramado y sonoro el Oceano
era divorcio de las rubias minas
que usurparon la paz del pecho humano.

Ni los trujo costumbres peregrinas
el áspero dinero, ni el Oriente
compró la honestidad con piedras finas.

Joya fue la virtud pura y ardiente;
gala el merecimiento y alabanza;
sólo se cudiciaba lo decente.

No de la pluma dependió la lanza,
ni el cántabro con cajas y tinteros
hizo el campo heredad, sino matanza.

Y España, con legítimos dineros,
no mendigando el crédito a Liguria,
más quiso los turbantes que los ceros.

Menos fuera la pérdida y la injuria,
si se volvieran Muzas los asientos;
que esta usura es peor que aquella furia.

Caducaban las aves en los vientos,
y expiraba decrépito el venado:
grande vejez duró en los elementos.

Que el vientre entonces bien diciplinado
buscó satisfación, y no hartura,
y estaba la garganta sin pecado.

Del mayor infanzón de aquella pura
república de grandes hombres, era
una vaca sustento y armadura.

No había venido al gusto lisonjera
la pimienta arrugada, ni del clavo
la adulación fragrante forastera.

Carnero y vaca fue principio y cabo,
Y con rojos pimientos, y ajos duros,
tan bien como el señor, comió el esclavo.

Bebió la sed los arroyuelos puros;
de pués mostraron del carchesio a Baco
el camino los brindis mal seguros.

El rostro macilento, el cuerpo flaco
eran recuerdo del trabajo honroso,
y honra y provecho andaban en un saco.

Pudo sin miedo un español velloso
llamar a los tudescos bacchanales,
y al holandés, hereje y alevoso.

Pudo acusar los celos desiguales
a la Italia; pero hoy, de muchos modos,
somos copias, si son originales.

Las descendencias gastan muchos godos,
todos blasonan, nadie los imita:
y no son sucesores, sino apodos.

Vino el betún precioso que vomita
la ballena, o la espuma de las olas,
que el vicio, no el olor, nos acredita.

Y quedaron las huestes españolas
bien perfumadas, pero mal regidas,
y alhajas las que fueron pieles solas.

Estaban las hazañas mal vestidas,
y aún no se hartaba de buriel y lana
la vanidad de fembras presumidas.

A la seda pomposa siciliana,
que manchó ardiente múrice, el romano
y el oro hicieron áspera y tirana.

Nunca al duro español supo el gusano
persuadir que vistiese su mortaja,
intercediendo el Can por el verano.

Hoy desprecia el honor al que trabaja,
y entonces fue el trabajo ejecutoria,
y el vicio gradüó la gente baja.

Pretende el alentado joven gloria
por dejar la vacada sin marido,
y de Ceres ofende la memoria.

Un animal a la labor nacido,
y símbolo celoso a los mortales,
que a Jove fue disfraz, y fue vestido;

que un tiempo endureció manos reales,
y detrás de él los cónsules gimieron,
y rumia luz en campos celestiales,

¿por cuál enemistad se persuadieron
a que su apocamiento fuese hazaña,
y a las mieses tan grande ofensa hicieron?

¡Qué cosa es ver un infanzón de España
abreviado en la silla a la jineta,
y gastar un caballo en una caña!

Que la niñez al gallo le acometa
con semejante munición apruebo;
mas no la edad madura y la perfeta.

Ejercite sus fuerzas el mancebo
en frentes de escuadrones; no en la frente
del útil bruto l´asta del acebo.

El trompeta le llame diligente,
dando fuerza de ley el viento vano,
y al son esté el ejército obediente.

¡Con cuánta majestad llena la mano
la pica, y el mosquete carga el hombro,
del que se atreve a ser buen castellano!

Con asco, entre las otras gentes, nombro
al que de su persona, sin decoro,
más quiere nota dar, que dar asombro.

Jineta y cañas son contagio moro;
restitúyanse justas y torneos,
y hagan paces las capas con el toro.

Pasadnos vos de juegos a trofeos,
que sólo grande rey y buen privado
pueden ejecutar estos deseos.

Vos, que hacéis repetir siglo pasado,
con desembarazarnos las personas
y sacar a los miembros de cuidado;

vos distes libertad con las valonas,
para que sean corteses las cabezas,
desnudando el enfado a las coronas.

Y pues vos enmendastes las cortezas,
dad a la mejor parte medicina:
vuélvanse los tablados fortalezas.

Que la cortés estrella, que os inclina
a privar sin intento y sin venganza,
milagro que a la invidia desatina,

tiene por sola bienaventuranza
el reconocimiento temeroso,
no presumida y ciega confianza.

Y si os dio el ascendiente generoso
escudos, de armas y blasones llenos,
y por timbre el martirio glorïoso,

mejores sean por vos los que eran buenos
Guzmanes, y la cumbre desdeñosa
os muestre, a su pesar, campos serenos.

Lograd, señor, edad tan venturosa;
y cuando nuestras fuerzas examina
persecución unida y belicosa,

la militar valiente disciplina
tenga más platicantes que la plaza:
descansen tela falsa y tela fina.

Suceda a la marlota la coraza,
y si el Corpus con danzas no los pide,
velillos y oropel no hagan baza.

El que en treinta lacayos los divide,
hace suerte en el toro, y con un dedo
la hace en él la vara que los mide.

Mandadlo así, que aseguraros puedo
que habéis de restaurar más que Pelayo;
pues valdrá por ejércitos el miedo,
y os verá el cielo administrar su rayo.

Francisco de Quevedo y Villegas, 1630

Las selvas hizo navegar, y el viento
al cáñamo en sus velas respetaba,
cuando, cortés, su anhélito tasaba
con la necesidad del movimiento.

Dilató su victoria el vencimiento
por las riberas que el Danubio lava;
cayó África ardiente; gimió esclava
la falsa religión en fin sangriento.

Vio Roma en la desorden de su gente,
si no piadosa, ardiente valentía,
y de España el rumor sosegó ausente.

Retiró a Solimán, temor de Hungría,
y por ser retirada más valiente,
se retiró a sí mismo el postrer día.

Francisco de Quevedo y Villegas

La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y ley de Arena tu coraje humilla,
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.

Con tu soberbia undosa te detienes
En la humildad, bastante a resistilla;
A tu saña tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al robre y a l´haya atrevimiento
De nadar, selva errante deslizada
Y al lino, de impedir el paso al viento?

Codicia, más que el Ponto desfrenada,
Persuadió que en el Mar el avariento
Fuese inventor de muerte no esperada.

Francisco de Quevedo y Villegas

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

Ya cuelgan de mi muro tus escalas,
y es tu puerta mayor mi cobardía;
por vida nueva tengo cada día,
que el tiempo cano nace entre las alas.

¡Oh mortal condición! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer ver la mañana
sin temor de si quiero ver mi muerte!

Cualquier instante de la vida humana
es un nuevo argumento que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.

Francisco de Quevedo y Villegas, antes de 1613