¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga Noche! ¡Cuántas, llena
de escuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!

Estrellas hay que saben mi cuidado,
y que se han regalado con mi pena;
que entre tanta beldad, la más ajena
de amor, tiene su pecho enamorado.

Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.

Tú, con mil ojos, Noche, mis querellas
oye, y esconde; pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.

Francisco de la Torre. Siglo XVI

Con toda la cabeza de Medusa
tiranamente trata mi firmeza;
muéstrame su rigor, y su belleza,
por quien de mil tramas armas usa.

Miro de transformados la confusa
pesadumbre que infaman su dureza;
quiero escusar mi mal, y la pereza
del encanto crüel mi intento escusa.

Quedo de mármol simulacro eterno
a su templo terrible consagrado,
como los que atrevidamente vieron;

y hecho despojo del tirano tierno,
no escusando poder tiranizado,
me ofende como a aquellos que ofendieron.

Francisco de la Torre. Siglo XVI

Doliente cierva, que el herido lado
de ponzoñosa y cruda yerba lleno,
buscas el agua de la fuente pura,
con el cansado aliento que en el seno
bello de la corriente sangre hinchado,
débil y decaída tu hermosura;
¡ay!, que la mano dura
que tu nevado pecho
ha puesto en tal estrecho,
gozosa va con tu desdicha cuando
cierva mortal, viviendo, estás penando
tu desangrado y dulce compañero,
el regalado y blando
pecho pasado del veloz montero.

Vuelve, cuitada, vuelve al valle donde
queda muerto tu amor, en vano dando
términos desdichados a tu suerte.
Morirás en su seno, reclinando
la beldad, que la cruda mano esconde
delante de la nube de la muerte.
Que el paso duro y fuerte,
ya forzoso y terrible,
no puede ser posible
que le excusen los cielos, permitiendo
crudos astros que muera padeciendo
las asechanzas de un montero crudo
que te vino siguiendo
por los desiertos de este campo mudo.

Mas, ¡ay!, que no dilatas la inclemente
muerte, que en tu sangriento pecho llevas,
del crudo amor vencido y maltratado;
tú con el fatigado aliento pruebas
a rendir el espíritu doliente
en la corriente de este valle amado.
Que el ciervo desangrado,
que contigo la vida,
tuvo por bien perdida,
no fue tampoco de tu amor querido
que habiendo tan cruelmente padecido
quisieras vivir sin él, cuando pudieras
librar el pecho herido
de crudas llagas y memorias fieras.

Cuando por la espesura deste prado
como tórtolas solas y queridas,
solos y acompañados anduvisteis;
cuando de verde mirto y de floridas
violetas, tierno acanto y lauro amado,
vuestras frentes bellísimas ceñistes;
cuando las horas tristes,
ausentes y queridos,
con mil mustios bramidos
ensordecisteis la ribera umbrosa
del claro Tajo, rica y venturosa
con vuestro bien, con vuestro mal sentida
cuya muerte penosa
no deja rastro de contenta vida.

Agora el uno, cuerpo muerto lleno
de desdén y de espanto, quien solía
ser ornamento de la selva umbrosa;
tú, quebrantada y mustia, al agonía
de la muerte rendida, el bello seno
agonizando, el alma congojosa;
cuya muerte gloriosa,
en los ojos de aquellos
cuyos despojos bellos
son victorias del crudo amor furioso,
martirio fue de amor, triunfo glorioso
con que corona y premia dos amantes
que del siempre rabioso
trance mortal salieron muy triunfantes.

Canción, fábula un tiempo, y caso agora,
de una cierva doliente, que la dura
flecha del cazador dejó sin vida,
errad por la espesura
del monte que de gloria tan perdida
no hay sino lamentar su desventura.

Francisco de la Torre. Siglo XVI