Cansado estoy, cansado
de absorber en mis pies esta mañana
el polvo de plazuelas y callejas
de esta ciudad extraña.
Siempre seremos mudos forasteros
allí donde la vida rutinaria
no repite incansable el sonsonete
que martillea sin cesar el alma.
Cansado estoy de baldosines rotos,
de calles levantadas,
de barreras, de tráfico, de gentes
que empujan y no miran a la cara.
Qué anónimo me siento, qué perdido,
caminando al azar esta mañana.
Los viejos monumentos,
altas torres, murallas
de abrazo interrumpido,
iglesias en que aún vuelan las campanas,
monasterios de estudio y de silencio,
ya no me incitan, junto a mí resbalan.
Y en un tono menor, la inevitable,
seductora llamada
de los multicolores anaqueles
de librerías, donde el libro estalla
en quieto, innumerable ofrecimiento;
del kiosko exhibiendo la avalancha
de rostros lúbricos multiraciales,
y el abanico de la prensa diaria;
Cafés alineando
hombres desocupados a la barra,
pontificando goles y estrategias,
sabiduría de las clases bajas.
Estas calles son río inagotable
de vidas, de intereses, de programas,
de pasiones ocultas, frustraciones,
de dolores, tristezas y esperanzas,
avanzando dinámicas al ritmo
de cada paso y de cada mirada.
Y aquí, perdido en este maremagnum,
voy caminando con la doble carga
pendiente de mis hombros
de incomunicación y de nostalgia.
Solo entre tantas soledades vivas,
en mar de gentes, yo, buque fantasma.

Francisco Álvarez-Hidalgo

Enfermaron las lágrimas sus ojos,
arrancándole el brillo a la mirada,
filtrándose hasta el fondo de la almohada
más de triste abandono que de enojos.

Precintó el corazón con diez cerrojos,
y se evadió a su sombra en retirada,
de amor dolida, de vivir cansada,
quedando de su ayer sólo despojos.

Desangrándose el alma en tanta espina,
se prometió no restaurar la ruina
infligida a su vida en tal fracaso.

Y se dejó dormir en su agonía,
sin advertir que al despertar un día
volvería a beber del mismo vaso.

Francisco Álvarez-Hidalgo

Te imaginé primero, llegó luego,
sobrenadando el campo, gentil brisa
con el campanilleo de tu risa;
después tu voz, mezcla de miel y ruego.

Y se fue evaporando mi sosiego…
Tan grácil te acercabas, tan de prisa,
que perdí claridad, te vi imprecisa,
y pensé con tu luz volverme ciego.

Y hoy no te veo, sin estar seguro
si es el mundo o soy yo quien está oscuro,
o si nunca en verdad viniste a mí.

Ni percibo tu piel, ni oigo tu acento,
ni advierto la caricia de tu aliento,
y no sé si te tuve o te perdí.

Francisco Álvarez-Hidalgo

Estoy deshabitado, sin rumores
filtrándose por puerta ni ventana;
me ignora el despertar de la mañana,
con su estrépito alegre y sus colores.

Hermético recinto, en que las flores
mueren de amarga soledad temprana,
en la sombra, el silencio y la desgana
que constituyen mis alrededores.

Sé que un mundo adyacente y verbenero,
más ficticio quizá que verdadero,
vibra, pulula, ofrece en la fachada.

Estuve en él, y le encontré vacío,
y ahora, en este rincón que llamo mío,
deshabitado vivo, con mi nada.

Francisco Álvarez-Hidalgo