I, A Córdoba cuna de guerreragente y sabiduría clara.

Paseando por tus calles,
me requiebran tus naranjos,
tu mezquita hermosa y enhiesta,
con ese olor a otros tiempos,
tiempos memorables ya pasados.
Poco más allá la judería,
por la que tantas veces me perdí
callejeando hasta encontrar la plaza perfecta,
para escribirte a ti mi bella ciudad, estos versos.
Córdoba cuna de guerreras gentes
y sabidurías claras; atiendes al extranjero,
y das cobijo a tu prójimo.
Cuna de culturas, de Sénecas,
Maimonides, Alhakenes, Duques de Rivas,
Góngoras y tantos otros que mi cabeza olvida.
Por tus calles me enamoré
y por tus calles encontré a mis musas,
y encontré a las más bellas gentes
que jamás yo conociera,
Córdoba, que mal o bien albergaste
a tres culturas amplias y bastas,
que mal o bien supieron convivir
y que mal o bien me han hecho
ser lo que soy,
un cordobés orgulloso de serlo.

II, Aumentado y corregido.

He cerrado los ojos, y aunque lejos
divisé tus iglesias, mezquitas, sinagogas;
con sus palmeras vi, mi barrio de niñez,
Albaicines, Alhambras y Sacromontes,
avisté desde él, más de una vez,
con su avenida y sus malas aceras,
barrio envejecido, pero jovial y con ganas,
mi barrio de juventud, con sus plazuelas,
amplias calles con aceras, colegios,
ahí, donde me fijé en las niñas locuelas,
barrio joven de edad, pero senil.

Luego han venido los paseos,
por calles céntricas judaicas
hasta la tranquilidad del pozo Cueto,
desde el lavatorio “Conquistador”,
hasta mis alárabes oraciones,
para reencontrarme con mi viejo yo.
He bebido de tus fuentes y borracho
de tu cultura y tu saber, mis ojos
palmo a palmo han tocado tus casas
plateadas al brillo de Helio sobre la cal.

Al atardecer llegó a mis pies y a mis ojos
la cuadriculada Corredera,
a platicar me paré con la contorsionista
de Ambrosio de Morales,
al jardinero de San Lorenzo
le pedí el rosetón, anduve buscando
a la Carmela de San Cayetano,
a San Pedro, sus llaves, que dicen
del cielo tiene, fui a pedirle,
sin que supiese, que el cielo
es donde yo vivo.

Noche cerrada de nubes rojas, tabernera,
cuando mis pasos arrieros a Roma,
por el puente llevarme querían,
un tal Rafael me recordó donde vivo
y donde está el cielo y tras mis pasos volví
para refrescarme con un buen vino blanco,
acompañado de pan, mojado en aceite,
que con su pura y cierta claridad
me despertó, “y me mostró mi libertad,
y la de tus lomas”.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Guerrillero moribundo, tú que peleas
por lo que es tuyo, tu que luchas
mano a mano, hombro a hombro,
sufres y esperas, a que tus hermanos
se den cuenta de que lo sois,
de que tu lucha es vuestra lucha,
por la Justicia y la Igualdad,
cogiste los fusiles y cuando
ellas lleguen lo soltaras.
Allá donde la Libertad este oprimida,
donde esperen los camaradas atrincherados.
No olvides nunca a todos
los que contigo lucharon,
así los que contigo luchan
no te olvidarán, guerrillero de la palabra.
Amigo solo una cosa me queda ya decirte:
«que la selva Lacandona
te proteja bajo su lona,
te lo pide un gachupín»,
que se desvive,
soñando con la victoria.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Permítame y sin ánimo de lucro
remitirle estos versillos,
ya que usted se dirige
tan asiduamente a mi pobre abuela.
Usted tuvo la suerte de nacer
en un país, maculado por la gracia
de dios, Franco y las coronas,
mas cuando giren los tornillos,
a su lugar natural, y de origen,
usted, Franco, sus coronas y dios
tendrán que marcharse por la falsa puerta,
como dijera aquel funesto Allende;
«bastante más temprano que tarde
se abrirán las grandes alamedas
por donde pasee el hombre libre»,
sin peligro de encontrarse
en un dominical de panfleto real,
la verbigracia de «Usía»
y de sus fantoches cortesanos,
Ni el Sup Marcos es etarra, ni Sabina ramplón,
a si que bajase del trono,
y márchese con sus dos eses,
en la máquina del tiempo, a la Edad Media.

P. D: Llévese a todos los que pueda.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Cien años son ya,
la arena de la playa sigue en la plaza
y por más que se empeñen habrá que limpiarla.
Alberti, tu lujoso Puerto de Santa María
ya no brilla, como cuando paseabas
con tu melena cana, plata, al rumor de los vientos
de nuestra Andalucía.
Hoy desde Córdoba, mis ojos se hunden
en un pozo sin fin,
pero de él salen llamas,
que me recuerdan  marineros en tierra,
a ángeles y amores, buen viaje marinero,
“y a galopar, a galopar, hasta enterrarlos en la mar”.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Aquella joven ninfa se acercó a mí,
Y yo, cegado por su belleza, me deje llevar
camino de un amor sin fin,
camino de un amor de imaginar.

Más tarde llegó la atroz realidad,
una amargura intensa se hizo notar,
y con la triste y maldita verdad
ante el consejo de contar decidí callar.

Después se fue, e in crescendo
la amargura triste, trepó por mi vereda,
ahora estoy solo, pero más la estoy queriendo.

Sus cartas me muestran la certeza,
mas mi sino puede cambiar y si la fortuna rueda
puede dejar al autor unirse a su princesa.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Esta tarde llegó, así como si tal cosa,
Pero no se detuvo largo rato, la muy
maleducada, se fue sin darme dos besos,
maldita felicidad. Cuando ya se iba
en su tren, el desconcierto, se acercó
a despedirla con su pañuelo gris,
y con él, el qué será.

A modo de festín os relato mi funesta noche.
Debido a la mala taberna, mala digestión
se auguraba y como quien mal come,
con mala prisa pedí mis platos.

Mi primero fueron saludos y alegrías
con un toque de azafrán, fue lo mejor
de la noche, la gente platicaba agolpada
sobre aquel mercado arábigo, por desgracia,
solo me limite a reír un rato.
El segundo, ya en Gran Vía Parque, cargado
de pasión melancólica, fue cocinado
y por ello protesté, lo maltrajo, un tarado
de no se cual veinticuatro horas,
por más que me empeñé,
aquello fue el comienzo del fin,
y aquel plato no encontró
lavavajillas que le limpiase.
El postre, fue obra de algún…
a parte, mengüe fue y ni entero lo comí,
fue ahí, justo cuando lo dejé,
justo cuando la tristeza se postreó a mi corazón,
y no dejó sitio ni al Sr. Serrano,
cuando perdido ya del todo me vi,
quedaban algunos que se empeñaban
en no dejarme ir, gracias Rafalín.
Los demás anduvieron
desaparecidos por Ciudad Jardín.
Ni Nacho apareció, ni yo mi sitio encontré
y con un final más bien tristón,
retiro y pasión a fuego fatuo cocinados
se vieron, gracias maestro Gómez,
que con tu ayuda he asimilado mejor esta indigestión.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Aunque me niegues, tú, amor
en las fuentes del zoco,
aunque digan que no eres
la más perfecta del globo,
por más que yo sea tan bestia,
y tú seas tan bella.
Aunque el médico me recomiende
que no me enamore de ti,
aunque no pueda comprarte
un trozo de París o Venecia,
y no pueda ser un Brad Pitt
como amante, aunque aparezca
la grúa y se lleve mi sueño,
pese a que me caiga un rayo
y me parta, quiero decirte
que siempre esperaré a susurrarte
un “te quiero” por la noche.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Tu pelo,
anudado, para no molestar
a tu precioso rostro.
Tu nuca
de donde crece la vida.
Tu cintura,
hasta Miguel Ángel suspiraría,
e incapaz de moldearla se vería.
Tus ojos,
dos focos que alumbran mi senda.
Tus senos,
lugares enigmáticos
que se hicieron para mis manos.
Tu desparpajo,
que loco me vuelve
y que detrás de ti me ha llevado.
Tu sonrisa,
que me ha alegrado el corazón,
y por la que ahora suspiro.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Bendito desorden el de este amor,
el de estas sábanas, revueltas
de tanto amar, de amar con dulzura,
de amar y de llevarte amor
a tus fines consecuencias.
Esta tarde, entre tanto amor,
no he parado, si quiera
lo que dura un suspiro,
de pensar en ella, y la tenía
delante de mí, pero era todo tan simple
y a la vez tan complejo, tan celestial,
he disfrutado amando,
si hubiese muerto ahí, habría muerto
con las manos llenas
de intenso amor.

Felipe Evaristo Gómez Pescador

Como la brisa que me despertó
de esa profunda pesadilla
a la que invierno llaman,
a sí llegaste, que alivio,
pero no solo eso, descubrí
esa brisa, que tras de sí
dejaba un reguero de belleza
y de amor, y de pureza
y no quise perderme ese dulzor
que solo yo vi o noté
que desprendías por tus poros,
ninfa de febrero, haz de mi
una continua primavera
que al verte, la flor de tu boca,
me sonría como sonríen las flores
cuando el astro aparece entre aristas.
Haz de mis manos, los salvavidas,
a los que aferrarte, haz de mi ser
el ser con el que todo sea felicidad.

Felipe Evaristo Gómez Pescador