Chispa de luz que fija en lo infinito
absorbes mi asombrado pensamiento,
tu origen, tu existencia, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.

Si eres ardiente, inamovible hoguera,
¿dónde el centro descansa de tu lumbre?
si eres globo de luz, ¿cómo en la cumbre
no giras tú de la insondable esfera?

¿Por qué la tierra sin descanso rueda?
¿por qué la luna el globo majestoso
mueve, mientras tu carro misterioso
inmóvil, fijo en el espacio queda?

¿Es que mi vista de mortal no alcanza
a percibir desde su oscuro asiento
allá en la altura suma el movimiento
de tu carroza que en lo inmenso avanza?

¡Ah, sí! que por espíritu movida
la creación sin descanso se sostiene,
y todo en la creación marcado tiene
forma y destino, movimiento y vida.

Tú giras, sí: tus alas soberanas
sulcan el mundo y sus confines tocan…
mas ¿cómo en tu carrera no se chocan
tus millares sin número de hermanas?

Más allá de su límite prescrito
sediento avanza, audaz el pensamiento,
y tu origen, tu vida, tu elemento
menos alcanzo cuanto más medito.

Carolina Coronado

Cuando el alma primavera
con sus joyas peregrinas
engalana la pradera,
los valles y las colinas;

Y las hojas entreabriendo
leve aroma exhala apenas
la rosa, y van descubriendo
su cáliz las azucenas;

Y su capullo amarillo
de pura esencia desplega
el delicado junquillo
en la espalda de la vega;

Cuando la plácida aurora
el garzo cuello levanta,
y el tulipán cimbradora
descubre la tierna planta;

Una flor nace entre aquellas
émula de las estrellas
en el rubio tornasol,
y que brilla como ellas
a los reflejos del sol.

En el ramo suspendida
menuda, bella, encendida,
es el alma de las flores,
porque es eterna su vida,
y eternos son sus colores.

Allá entre las orlas crece
de su fresca vestidura.
Cuando el alba resplandece,
chispa de fuego parece
sobre la verde llanura.

Tú, belleza marchitable,
de los campos maravilla,
prodigiosa flor, que luces
siempre joven, siempre viva,

De otras bellas los encantos
son tal vez demás valía
que tu capullo inodoro
y tu corona pajiza.

Tú las ves cuando el abril
sus tibias auras expira,
en desplegados pimpollos
vertiendo frescura y vida,

Tú la ves bajo las copas
que los árboles agitan,
embriagando las abejas
y perfumando las brisas

Pero también deshojadas,
marchitas y destrozadas
entre el polvo en la ribera
tú las verás sepultadas
al morir la primavera.

Y pasarán los primores
del risueño abril lozano;
y pasarán los ardores,
las tormentas del verano,
y del otoño las flores;

Y cuando ya el campo yerto
con la tierra haya cubierto
tanta beldad fugitiva,
aún habrá en aquel desierto
una flor, la siempreviva.

Carolina Coronado

Yo no quiero de los campos
los árboles ni las parras
ni la multitud vistosa
de sus bellísimas plantas;

Pero un espino florido
que hay, Emilio, entre las zarzas,
es la envidia de mis ojos
la codicia de mi alma.

Viste su tronco ramaje
de verdes hojas lozanas.
Y entre sus brazos airosos
flores como espumas alza.

Más ansiosa que la abeja
es su perfume embriagada
vago errante, sin aliento
en torno de sus guirnaldas.

Mas, tiendo en vano los brazos
que antes que llegue a alcanzarlas
las punzadoras espinas
de sus ramos me desgarran.

Huye la flor de mis manos;
crece de mi pecho el ansia;
la flor queda en el espino
y en el espino mis lágrimas.

Ermita de Bótoa, 1844

Carolina Coronado

Ya no veo la alegría,
de tristeza me sustento;
no hay dentro del alma mía
más que amor y abatimiento.

Me acobarda mi pasión;
ni luchar con ella puedo:
yo me tengo compasión;
yo a mí misma me doy miedo.

Pienso que para calmar
esta fiebre dolorosa,
me bastará contemplar
la naturaleza hermosa.

Y corro a ver el brillante
sol y los vagos nublados,
y a escuchar del ave errante
el canto por los collados.

Mas también conmigo sube
su imagen cruzando el viento…
toma su forma la nube;
toman las aves su acento.

Cesa con la juventud
dicen, este padecer;
mas los sabios la virtud
no enseñan de envejecer.

Y con remedio costoso
esa ciencia me convida,
si ha de empezar el reposo
cuando se acaba la vida.

¡Triste esperanza en verdad,
tardo alivio, corazón,
aguardar la ancianidad
para calmar la pasión!

Blanco el oscuro cabello;
la tersa frente fruncida,
y el mirar, que hoy llaman bello,
sin un destello de vida.

El fino talle doblado,
el corazón entumido…
¿Es éste el bien deseado,
ésta la dicha que pido?

¡Ah, sí; que el talle, el mirar,
la tez y el cabello oscuro,
no valen este penar
que con lágrimas conjuro!

Entonces, bardos galantes,
no cantaréis mi belleza,
ni oiré de labios amantes
dulce, amorosa terneza.

Esclavos de la hermosura,
entonces bardos, tal vez,
retratando mi figura
satiricéis la vejez.

Pero ciegos ya mis ojos,
embotados mis oídos,
no habrán de causarme enojos
vuestros versos aplaudidos.

Tal vez los que gimen ora
rendidos ante mis pies,
con sonrisa mofadora
me contemplarán después.

Mas, no vale el incensario
de amante o galán poeta,
este fuego temerario
que sin descanso me inquieta.

Yo no veo la alegría;
de tristeza me sustento:
no hay dentro del alma mía
más que amor y abatimiento.

Me acobarda mi pasión;
ni luchar con ella puedo:
yo me tengo compasión;
yo a mí misma me doy miedo.

Y aunque es muy triste aguardar
la vejez, amo de suerte,
que quiero verla llegar…
si antes no llega la muerte.

Elvas, 1845

Carolina Coronado

NO MUERA DE TUS OJOS APARTADA

Al recordar, señor, que no he cantado
mis himnos a tu nombre todavía,
siento que de la débil arpa mía
las más sonoras cuerdas no han vibrado;
primero que mi espíritu arrojado
se levantará a ti con mi poesía
y a veces mil para afirmar mi acento
lo alcé en la tierra, lo ensayé en el viento.

Ora que firme y de tu amor prendada
sólo tu ciclo el corazón me fija,
ora ya es tiempo que hacia ti dirija
mi voz a tu alabanza consagrada;
ora que el alma mía enamorada
fuerza es que objeto a su pasión elija,
a ti me acojo, compañero tierno,
perfecto amante de cariño eterno.

Amante que si lloro me consuela,
amante que si peno mi ser calma,
amante que velando por mi alma
no se cansa jamás por más que vela:
amante de quien nunca se recela,
amante que nos trae corona y palma,
amante augusto de tan rico brillo
que da la gloria por nupcial anillo.

A ti mi voz, a ti mi arpa querida,
a ti mi lloro, a ti el suspiro amante,
a ti mi vista fija y palpitante
clavada siempre en tu mansión lucida;
a ti mi corazón, a ti mi vida,
y la pasión altísima y constante
cuyo nombre inmortal demando al ciclo
porque no tiene nombre aquí en el suelo.

Es honda sensación, dolor suave,
mimosa, melancólica ternura
que ni de alivio en su penar se cura
ni lo que anhela en su impaciencia sabe;
para el placer, Señor, es harto grave,
para la calma, fáltale ventura,
y si tú no le das en ti acogida
se apagará en sí misma consumida.

Yo te adoro aunque el rostro no te veo:
que eres muy bello y juvenil presumo,
y mi abrasado espíritu consumo
en dulce amorosísimo deseo;
en tu poder sin comprenderte creo,
amo sin alcanzar tu genio sumo
y juzgo la pasión que me sofoca
para rendirla en tu homenaje poca.

Mírame con tu vista penetrante,
háblame con tu lengua deliciosa,
cíñeme con tu mano cariñosa,
guárdame con tu escudo rutilante;
inúndame en tu luz vivificante,
absórbeme en tu esencia misteriosa,
y pura y a tu gloria consagrada
¡no muera de tus ojos apartada!

Ermita de Bótoa, 1845

Carolina Coronado

                I

Pálida está Magdalena,
grande pena sufrirá,
los ojos hundidos tiene
reventando por llorar.
El talle encorvado al suelo
cual en mustia ancianidad
parece que por la tierra
busca su atento mirar
las hormigas que en el huerto
a sus pies vienen y van.
A la guerra fue su amante,
muchos mueren por allá,
y Magdalena se aqueja
por la vida del galán
que, pues letras no se escriban
ni se puedan enlazar,
las hembras que bien quisieron
no olvidan su amor jamás.
Luego escribe Magdalena
rasgos que al ausente van:
dos palabras lleva el pliego
«¡Di por Dios si vivo estás!»

                II

Pálida está Magdalena,
grande pena sufrirá,
su descanso es la vigilia,
sus alegrías llorar.
No sabe del caballero
que entre batallas está;
nuevas que aguarda, no vienen.
Horas que vienen, se van;
y de temores se abrasa
y se consume de afán
que, pues no tenga esperanza
su amor de felicidad,
las hembras que bien quisieron
no olvidan su amor jamás.
Vinieron, al fin, en Martes
papeles de por allá,
como era Martes no pudo
desdoblarlos sin temblar.
Tal responde el caballero
a la doncella; escuchad.
«Ese billete os devuelvo
que vino a mí por azar;
sabed que sois atrevida,
que necia sois por demás:
y que las vuestras memorias
honra ninguna me dan».
La noble doncella herida
por tan bárbaro desmán
siente frío de agonía
en sus venas circular:
ya le zumban los oídos,
ya no ve la claridad.
«¡Bien sabéis, el caballero,
a quien habéis de injuriar,
no a varón forzudo y bravo,
a endeble y mansa beldad!
Pocas hazañas la patria
debe, señor, aguardar
de quien villano responde
de esta suerte a mi piedad.
Débiles tengo los brazos
y no puedo levantar
ni con ambos el acero
que responda a injuria tal;
Mas, no juzguéis que por ello
quedaréis sin castigar
pues, vale el desprecio mío
más que estocada mortal».
Dijo, levantóse erguida
colgó el papel del galán
en un espino del huerto
y con sonrisa falaz
añadió, «que sirva al menos
su nombre para espantar
a los pájaros que pican
las flores de este zarzal».

Almendralejo, 1846

Carolina Coronado

«No es ira, no es amor, no es del poeta
inspiración febril, es más ardiente
la llama que discurre por mi frente,
y el alma absorbe, el corazón me inquieta.

»Yo amo la tempestad, amo el estruendo;
cuando el vértigo insano me arrebata,
sueño que en nube de luciente plata
voy por el mundo un huracán siguiendo.

»El rayo en torno de mi frente gira,
el aquilón bajo mis plantas brama,
y lucho y venzo, y mi furor se inflama,
y ansiosa el alma a otra victoria aspira.

»Yo quiero alzado al fin sobre los hombres,
avasallar los pueblos y los reyes;
romper sus cetros; derrocar sus leyes,
hollar sus triunfos y borrar sus nombres.

»Ancha cadena que circunde el polo
yo quiero eslabonar con mis guerreros;
y bajo el pabellón de sus aceros
la gran nave en la mar llevar yo solo.

»Y ¡oh! si pudiera hurtar al firmamento
sus brillantes magníficas estrellas,
¡también imperios levantara en ellas
para ensanchar allí mi pensamiento!»

¡Francia, levanta! sal del caos profundo
en que yace tu pueblo sepultado,
que en brazo poderoso tremolado
va tu estandarte a conquistar el mundo.

¿Quién distinguir entre la inmensa grey
podrá al caudillo de tamaña empresa?
¿Qué señal en el rostro lleva impresa
el que del solio arrojará a tu rey?

Ese mancebo que los brazos grave
cruza sobre su seno, y la mirada
como águila en el sol, ardiente, osada,
clava en la multitud… ése lo sabe.

¡Oh! ¡cuál contra el mancebo se irritara
si su mirar la turba comprendiera!…
¡Si su ambición oculta sorprendiera
de ese rubio garzón, cuál se burlara!

Joven es el león; mas ya en la tierra
no hay fuerza que a igualar su fuerza alcance,
y ¡ay de la Europa, o Francia! cuando lance
ese joven león grito de guerra.

Verás como esa voz de los franceses
de pecho en pecho noble se difunde;
como chispa de fuego prende y cunde
de caña en caña por las secas mieses.

Verás, tras el magnífico estandarte
donde el águila altiva se reposa,
como tu juventud marcha orgullosa
la libertad, la gloria a conquistarte.

¡Verás!… mas antes que el caudillo sea
héroe conquistador de las naciones,
deja que a Egipto lleve sus legiones
y del grande Ramsé la tumba vea.

«Éstas de reyes son y emperadores
las moradas magníficas que habitan,
éste es el rico manto en que dormitan
de tierras y de mares los señores…

ȃste es el cetro que en sus regias manos
fue látigo cruel o adorno inútil:
no es que un brillo me seduzca fútil
si hoy os le arranco ¡nobles soberanos!

»No es que me ciega joya tan lucida,
¡es que me irrita que los pueblos lloren,
es que me irrita que temblando adoren
los pueblos esa joya envilecida!…

»Y esta corona… ¿sola una diadema?
¿cien batallas por una solamente?
¿Será una sola incienso suficiente
para este fuego que mis sienes quema?

»Reyes, emperadores, ¡guerra! ¡guerra!
yo haré que en una sola se refundan
las coronas que, inútiles, circundan
tantas míseras frentes en la tierra!»

¡Huid del monte aquel resplandeciente
que de Austerlitz se eleva en las llanuras…
Huye, Alejandro, antes que en sus alturas
volcán oculto brote de repente

¡Ay! que ya va tu juventud ardiente
a estrellarse en las águilas seguras…
Las nubes su vapor todo han juntado,
y el suelo va a quedar todo anegado.

Pero en sangre, Señor, en sangre pura,
porque el rey de las águilas osadas
donde terrible asienta sus pisadas
de cadáveres cubre la llanura;

cual los ojos de fiera en noche oscura
relucen entre el humo sus espadas,
y a bandadas los cuervos por el viento
síguenle en torno con feroz contento.

Caen, como en horrible terremoto,
las torres desplomadas, sus legiones,
sobre los extranjeros campeones
que osan poner a sus victorias coto;

bajo los pies de sus caballos roto
yace el blasón de dos fuertes naciones,
y dos imperios juntos retroceden
y dos monarcas el laurel le ceden.

¡Oh! tú que alzado al fin sobre los hombres,
lograste avasallar pueblos y reyes,
romper sus cetros, derrocar sus leyes,
hollar sus triunfos y borrar sus nombres.

¡Napoleón! tú que abarcando el polo
con tu cadena inmensa de guerreros,
bajo del pabellón de sus aceros
la gran nave en la mar llevabas solo.

¡Ay! ¿cómo a la merced del Océano
dejas bogar tu nave huyendo de ella?
¿Has ido a conquistar alguna estrella
para alzar otro imperio soberano?

Badajoz, 1845

Carolina Coronado

¿También, nueva cantora,
el arpa juvenil cubres de luto?
¿Tú desconsoladora
a la musa, que llora,
rindes también tributo
de secas flores y de amargo fruto?

¡Suave luz del oriente!
¿Por qué entre nubes escondida tanto
muestras la faz riente?
¡Angel mío inocente!
¿Por qué entre amargo llanto
ensayas siempre tu sonoro canto?

¡Gemidos solamente!
¿Acrecentar la pena y el desvelo
de la turba doliente?…
No ha menester la gente
más triste en su duelo—
sóbrale el lloro; fáltale el consuelo.—

Sin fe, desesperado,
al pie de sus altares derruidos,
ya de luchar cansado
al pueblo infortunado
lleva en tiernos sonidos
aliento y esperanza, no gemidos.—

Tal queda en el sendero
el labrador postrado de fatiga—
mas oye pasajero
el canto placentero
de la calandria amiga,
y el placer el cansancio le mitiga.—

¡Viuda de los amores!
Cambia en tu sien las tocas enlutadas
por guirnaldas de flores:
que a templar los dolores
de las más desdichadas
están las almas puras consagradas.—

En el monte bravío
nace la flor; en la salvaje sierra
brota el sereno río
sobre el campo sombrío,
que ensangrentó la guerra,
alcemos nuestro canto en nuestra tierra.—

Mas siempre, compañera,
unidas nuestras voces alzaremos,
y la hoja primera
de palma lisonjera
que entrambas alcancemos,
como hermanas las dos la partiremos.—

Badajoz, 1845

Carolina Coronado

        Escucha, madre mía,
la de el velo de estrellas; bienhechora,
        dulce y bella María.
        Escucha la que implora
dolorido y mortal; madre y Señora.

        Si a mi débil acento
romper los aires y turbar es dado
        allá del firmamento
        el azul sosegado,
escucha, virgen pura, mi cuidado.

        La sola voz que el pecho
pudiera ya exhalar, a ti revela
        el corazón deshecho,
        que tu piedad anhela
y hasta tu trono arrebatado vuela.

        ¡Oh tu dulce señora
de la esfera eternal!… la tierra mira
        y al infeliz que llora
        y al triste que suspira
resignación y fe y amor inspira.

        De tu sagrada mano
piadoso manantial brote a raudales
        donde beba el humano
        alivios celestiales,
donde se apague el fuego de los males.

        Y lleva hacia tu seno
a los dolientes hijos que te amaron:
        ¡no más gima ya el bueno
        en grillos que forjaron
los que rebeldes contra ti se alzaron!

Carolina Coronado