El fin de todo busca el alma mía
porque en esta existencia pasajera
del más hermoso y regalado día
siempre viene a turbarnos la alegría
el miedo del dolor que nos espera.

Si fe tenéis en la amistad lozana
del joven que en la infancia habéis querido,
desvanecida como sombra vana
por otra nueva dejaréis mañana
esa tierna amistad en el olvido.

Si fe tenéis en que el amor primero
es el amor más cierto de la vida
sabed ¡ay! que ese amor es pasajero
que sólo, amigos, el amor postrero
es el único amor que no se olvida.

Así no es mucho que en libro escoja,
teniendo de la fama igual idea,
con tanto nombre como en él se aloja
no la primera, la postrera hoja
para dejar memoria al que me lea.

Carolina Coronado

¡Vive Dios que es el siglo diez y nueve
de Álbumes tan fecundo semillero,
que a formarlos parece que se atreve,
el mismo Satanás hecho librero!

Así cuando al infierno se los lleve
para quemar allá a todo coplero,
luciremos con luces tan brillantes
que chispas brotarán los consonantes.

Carolina Coronado

El bueno, el justo, el santo,
nos da dulce convite,
alcemos nuestro canto
de eterna gratitud:
por este pan suave
que nuestro labio toca
y abrasa nuestra boca
en llamas de virtud.

Cantemos de rodillas,
cantemos con unción
las altas maravillas
de la comunión.

Perfumes de mil flores
no tienen la ambrosía
que, tú, de los amores,
pimpollo virginal:
tu aroma que trasciende
por todos los sentidos
las venas nos enciende
en fuego celestial.

Cantemos de rodillas,
cantemos con unción
las altas maravillas
de la comunión.

Los frutos escogidos
de huertos regalados
parecen desabridos
después de tu manjar;
porque es tu pan divino
el más grato sustento
que encuentra el peregrino
tras largo caminar.

Cantemos de rodillas,
cantemos con unción
las altas maravillas
de la comunión.

Bendito sea tu nombre
por todas las criaturas,
de nuestras lenguas puras
el himno llegue a ti;
que a ti Señor amamos,
en ti, Señor creemos,
y sólo viviremos
para adorarte así.

Cantemos de rodillas,
cantemos con unción
las altas maravillas
de la comunión.

Chiclana, 1849

Carolina Coronado

Al fin hallo en tu calma
si no el que ya perdí contento mío,
si no entero del alma
el noble señorío,
blando reposo a mi penar tardío.

Al fin en tu sosiego,
amiga soledad, tan suspirado,
el encendido fuego
de un pecho enamorado
resplandece más dulce y más templado.

Y al fin si con mi llanto
quiero aplacar ¡ay triste! los enojos
del íntimo quebranto,
no me dará sonrojos
el continuo mirar de tantos ojos.

Danme, sí, tierno alivio
la soledad del campo y su belleza,
y va el dolor más tibio
su ardiente fortaleza
convirtiendo en pacífica tristeza.

Plácenme los colores
que al bosque dan las luces matutinas:
alégranme las flores,
las risueñas colinas
y las fuentes que bullen cristalinas.

Y pláceme del monte
la grave majestad que en las llanadas
como pardo horizonte
de nubes agolpadas,
deja ver sus encinas agrupadas.

Allí con triste ruido
de las sonoras tórtolas, en tanto
que posan en el nido
bajo calado manto,
de una a otra encina se responde el canto.—

—Tal vez mis pasos guío
por los sombrosos valles, escuchando
al caminante río,
que con acento blando
se va por los juncares lamentando.

Ya entonces descendiendo
de su altura va el sol, cansada y fría
claridad esparciendo,
y a poco entre armonía
cierra sus ojos el señor del día.

Y los míos acaso
alguna vez,  del sueño sorprendidos,
dejaron que en su ocaso
pararan confundidos
afanes del espíritu y sentidos.

Si sola y retirada,
aún me entristece más noche sombría,
la luna con rosada
faz, por oculta vía
sale a hacerme amorosa compañía.

Y al fin hallo en tu calma,
¡Oh soledad! si no el contento mío,
si no entero del alma
el dulce señorío,
blando reposo a mi penar tardío.

Carolina Coronado

        SONETO

Si para entrar en tan difícil vía
el aliento a mi numen no faltara,
ya de la patria nuestra lamentara
los males en tristísima elegía.

Ya la virtud, ya el genio cantaría,
ya el vicio a deprimir me consagrara;
pero mi voz de niña desmayara
y desmayara endeble el arpa mía.

Mas quiero humilde abeja, aquí en el suelo
vagar de flor en flor siempre ignorada,
que al águila siguiendo arrebatada

con alas cortas remontar mi vuelo.
Canto las flores que en los campos nacen;
cántolas para ti, que a ti te placen.

Carolina Coronado

Como aquellas lucecillas
vaporosas y ligeras,
que sin calor a millares
se levantan de la tierra,

Los amores en tu pecho,
fragilísima belleza,
sin que su fuego te abrase
alzan mil llamas diversas:

Brotan, lucen, se disipan,
otras nacen tras aquéllas:
la inconstancia las apaga,
la liviandad las renueva.

Carolina Coronado

Es dulce recordar sueños de niño,
el vago acento de la edad primera
que en nuestro oído resonar hiciera
el ángel que anunció nuestro cariño;
cuando figuro que tu cuello ciño
en esa edad tranquila y placentera,
embriagada mi alma en sus memorias
digo que amor es gloria de las glorias.

Y es más dulce los sueños juveniles
recordar de esta vida enamorada
que siempre de ilusiones sustentada
consagra a los amores sus abriles;
yo te sabré cantar recuerdos miles
de esta pasión divina y encantada
que forma en sus combates y victorias
de nuestro amor la gloria de las glorias.

De una tarde serena de reflejos
sobre tu bello rostro apasionado,
la sombra de aquel valle sosegado
donde encontramos a los pobres viejos,
el canto de la tórtola a lo lejos
y el beso de las auras regalado
me inspiraran poéticas historias
para tu amor que es gloria de mis glorias.

Te cantaré la llama indefinible
del entusiasmo que en mi ser palpita,
la sed ardiente que mi sangre irrita,
la fe de mi pasión indestructible;
la fuerza de tu encanto irresistible
que mi vida en insomnios debilita,
y pálido y temblando a estas memorias
dirás que amor es gloria de las glorias.

No pienses que al ceñir prendas de orgullo
coronas que los genios conquistaron
esas frentes dichosas palpitaron
cual yo de tus acentos al murmullo;
no hay eco en la creación, no hay canto, arrullo,
aplausos que los hombres inventaron,
que no parezcan dichas transitorias
ante ese amor que es gloria de mis glorias.

En vano la ambición arde y se agita
abrasando a los débiles mortales,
y conquista laureles eternales
cuando la flor del alma está marchita;
de otra deidad más alta y más bendita
invoquemos placeres celestiales.
Porque entre tantas dichas transitorias
tan sólo amor es gloria de las glorias.

Sé que la sombra del dolor me sigue,
se que la vida perderé en el llanto,
sé que este amor tan inocente y santo
no ha de lograr la paz que lo mitigue;
pero bendigo el mal que me persigue,
las lágrimas, las penas, el quebranto,
y bendigo mis dichas ilusorias
porque es tu amor la gloria de mis glorias.

Elvas, 1845

Carolina Coronado

¡Ah! cuando a partir vayas
al suelo americano
que para siempre, hermano,
nos separa a los dos,
a orilla de los mares
detente ¡ay!, un momento
y di con triste acento
¡adiós, España, adiós!

Cuando tus claros ojos
fijes de nuestra España
en la postrer montaña
que el buque deje en pos,
tendiendo entrambos brazos
allá desde el navío,
exclama, hermano mío,
¡adiós, España, adiós!

Cuando sola una sombra
divises de este suelo
donde ha querido el cielo
nos viésemos los dos,
dando postrer mirada
a mi rincón lejano,
aunque llores, hermano,
di «¡Carolina, adiós!»

Cádiz, 1847

Carolina Coronado

Entre el musgo de mi huerto
germina una hermosa planta
coronada de flor tanta
que su tronco no se ve;
muestra el capullo entreabierto
ya su primer florecilla
y la octava maravilla
son cáliz, hojas y pie.

Venid, hermosas doncellas,
vosotras que amáis las flores,
si los vivos resplandores
no os deslumbran de esa flor;
venid a mirar cuán bellas
brillan sus hojas carmines,
en la suavidad jazmines,
ambares en el olor.

La flor del verde granado,
la roja nocturna estrella
son mas pálidas que ellas
en matiz y en claridad;
porque el estío abrasado
de fuego su cerco pinta;
fuego es su cáliz, su tinta,
su espíritu y su beldad.

¡Mirad, mirad, si parece
que el tallo que la sustenta
con sangre pura alimenta
ese rojizo botón!
¡Si cuando el viento la mece
y su ardiente seno agita,
parece que le palpita
en el centro un corazón!

Escuchad -si acaso ciertas
fueran las transmigraciones
que antiguos sabios varones
creyeron en cada ser;
esa beldad de las huertas
con sus hojas palpitantes,
¿no juzgáis que debió antes
ser una amante mujer?

¡Del griego pueblo locuras
son las que nos han contado!;
tal vez el ser de un malvado
se trasmita a un alacrán;
pero las ánimas puras
de las amantes mujeres
no transmigran a otros seres,
que rectas al cielo van.

Hija de un átomo seco
de una planta mortecina,
siempre, siempre clavellina
ha sido esta flor carmín;
cayó aquel grano entre el hueco
de una china y dos terrones;
llovieron los nubarrones
y germinó en el jardín.

Pero mirad ¡oh cuán bella!
¡Si cuando el viento la agita
parece que le palpita
en el centro un corazón!
¿Y quién sabe, quién si ella
tiene también sentimiento?
¿Quién sabe, quién, si es el viento
el galán de su pasión?

No turbemos sus amores;
dejémosla libremente
ante el dulcísimo ambiente
sus rojas galas lucir;
dejémosla que las llores
tienen también sentimiento,
pero no tienen acento
y padecen sin gemir.

Reluciente clavellina,
gargantilla del estío,
no ornaré el cabello mío
con tu aromoso coral,
si a vanidad femenina
consagrada tu belleza
ha de ajarte mi cabeza
la frescura matinal.

Vive libre, libre crece
sobre el tallo que alimenta
la vena que te sustenta
ese precioso botón,
en cuyo centro se mece
un corazón que no veo;
pero que de cierto creo
que ha de ser un corazón.

Y las brisas te festejen,
y mimen las mariposas
las mejillas temblorosas
de tu rostro de carmín;
y las hormigas se alejen
de tus contornos suaves,
y te saluden las aves
por la reina del jardín.

Ermita de Bótoa, 1846

Carolina Coronado

LA POETISA EN UN PUEBLO

¡Ya viene, mírala! ¿Quién?
—Ésa que saca las copias.
—Jesús, qué mujer tan rara.
—Tiene los ojos de loca.
Diga V., don Marcelino,
¿será verdad que ella sola
hace versos sin maestro?
—¡Qué locura!, no señora;
anoche nos convencimos
de que es mentira, en la boda:
si tiene esa habilidad
¿por qué no le hizo a la novia,
siendo tan amiga suya,
décimas o alguna cosa?
—Una décima, es preciso
dije— el novio está empeñado:
«ustedes se han engañado
me respondió, no improviso».
—Siendo la novia su amiga,
vamos, ¿no ha de hacerla usté?—
«Pero por Dios, si no sé,
¿no hasta que yo lo diga?»
La volvimos a rogar,
se levantó hecha una pólvora,
y en fin, de que vio el empeño
se fue huyendo de la boda.
Esos versos los compone
otra cualquiera persona,
y ella luego, por lucirse,
sin duda se los apropia.
—Porque digan que es romántica.
—¡Qué mujer tan mentirosa!
—Dicen que siempre está echando
relaciones ella sola.
—Se enseñará a comedianta.
—Ya se ha sentado ¡la mona!
Más valía que aprendiera
a barrer que a decir coplas.
—Vamos a echarla de aquí.
—¿Cómo?— Riéndonos todas.
—Dile a Paula que se ría.
—Y tú a Isabel, y tú a Antonia.
Ja ja ja ja ja ja ja.
¡Más fuerte, que no lo nota!
Ja ja ja ja ja ja ja.
Ya mira, ya se incomoda,
Ya se levanta y se va…
¡Vaya con Dios la gran loca!

Badajoz, 1845

Carolina Coronado