Las termitas en las nubes
rasgaron de repente el telón del firmamento.
Hicieron una grieta enorme en el otoño amoratado
y de la jaula del viento se escaparon todas las golondrinas.

Con sus levitas ceremoniales
las invitaron a los palacios del sur
donde hay pasteles colgados de las nubes
y  caramelos de fresa en las sombras del jardín.

Se quedaron tristes los parques y los patios,
las avenidas y las rotondas, los tejados y los balcones,
los ojos de los niños y las flores.

Escribieron en el aire
una carta de despedida en un idioma extranjero.
La firmaron los saltimbanquis del aire
con exhibiciones de saltos mortales y piruetas de despedida
en el columpio del viento.

Por la emoción y las prisas
se olvidaron las maletas en un rincón de la estación.

Volverán a recogerlas.
cuando les invite el sol
con sus levitas ceremoniales
al palacio de verano,
donde hay bombones colgados
de los rayos de la luna
y una tarta de merengue en la mejilla del sol.

La carta de despedida se perdió
en un arcón de la estación
de los que guardan recuerdos
y declaraciones de amor.

Carlos Etxeba

Por cada sonrisa
 que uno desprecia,
salta una ola arisca
que la brisa arrecia.

Por cada promesa
que uno se olvida
una estrella sabia
se muere afligida.

Por cada mirada
no correspondida
la chispa de una rayo
salta enardecida.

¿Dónde está tu esfuerzo,
dónde tu grandeza,
dónde la esperanza
que no se refleja?

¿Dónde está tu llanto
que no llega a tanto?
¿Dónde tu quebranto
que empañe tu canto?

Sólo una caricia.
Sólo una mirada.
Sólo una palabra
dulce y reposada.

Un abrazo fuerte.
Un gesto de amigo.
Una mano dulce
que alegre el camino.

Por cada promesa
que uno se olvida,
una estrella sabia
se muere afligida.

Por cada mirada
no correspondida
la chispa de un rayo
salta enardecida.

Por cada sonrisa
que uno desprecia
salta una ola arisca
que la brisa arrecia.

Carlos Etxeba

—Mas, cuando vas a la iglesia,
¿por quién rezas, vida mía?

Mientras movías los ojos
más de ángel que de niña,
un hoyito picaresco
apareció en tu mejilla.

—Rezo para que los pobres
no sufran el hambre fría
para que tengan vestidos
que la desnudez alivian…

Y yo proseguí insistiendo
en oír tu letanía.
—Mas, cuando vas a la iglesia,
¿por quién rezas, vida mía?

—Rezo para que en las guerras
no se maten a porfía,
para que el odio se acabe
y las disputas sombrías
y la paz venga a los hombres
dejando ya las envidias.

Y proseguí insistiendo
en oír tu letanía.
—Mas, cuando vas a la iglesia,
¿por quién rezas, vida mía?

Mi miraron tus ojazos
que el gran secreto encubrían
y una lágrima rodando
por tus mejillas corría.

—¡Rezo para que ese chico
de quien me viste prendida
se me declare rendido
y el amor sea su guía!
¡Rezo para que muy pronto
sea su esposa yo un día!

Y cerrando tus ojazos
que el gran secreto encubrían
rezabas, toda tú absorta,
una larga letanía…

Carlos Etxeba

—Sardinera de Santurce
de la falda arremangada
¿dónde vas tan de mañana
apenas florece al alba?

—Voy a vender mis sardinas,
mis sardinas plateadas.
Como no tengo marido
que me retenga en la cama,
como no estoy ocupada,
ni siquiera enamorada,
salgo de prisa y corriendo
por la calleja encorvada.
Apenas una azucena
reluce entre las montañas
y un gran ramo de rosas
brilla en el cielo escarlata,
ya despierto a mis vecinos
con mi voz almibarada

¡Sardinas, mis sardinitas
que colean y se escapan,
son sardinas de Santurce,
del mar que sus costas baña!

—Si tú quisieras, preciosa,
sardinera arremangada,
yo te daría un marido
que te dejase en la cama
en lugar de andar gritando
por la calle encorvada.
¿Os es que prefieres quedarte
con las sardinas mojadas?

—¿Con es cara que tienes
iba yo a  estar tan chalada
como para preferirte
y retenerme en la cama?
¡Anda,  déjame tranquila,
que a mí no me da la gana
que prefiero a mis sardinas
las de la piel nacarada!

¡Sardinas, mis sardinitas,
que colean y se escapan,
son sardinas de Santurce,
del mar que sus costas baña!

Carlos Etxeba

Mírame para que vea.
Tócame para que sienta.
Ámame para que viva.

¿No ves que no puedo
respirar sin tu aliento,
que no puedo caminar
sin tu compañía?

¿No ves que se hace de noche
si cierras los ojos
y me cercan las vallas
si ocultas tus manos?

Hacia el farol de la luna
vuela mi corazón ajetreado
y en el tapiz azul de la noche
las estrellas empaparon de suspiros
todas mis lágrimas mudas.

¿No ves que estoy muerto por dentro?
¿No sientes mis raíces sedientas?
¿No adivinas mi pálida soledad?

Mírame para que vea.
Tócame para que sienta.
Ámame par que viva.

Carlos Etxeba

Pájaro extraviado y solitario
flecha perdida en la diana azul del universo.
A fuerza de contemplar tu mezcla de aire y cielo
estremecimiento y ternura
he perdido la extrañeza de tu origen misterioso.

¿A través de qué montañas gigantescas vienes?
¿Cuál es tu origen angélico?
¿En qué primer estremecimiento deliró tu ternura?

Eres una eclosión de armonía y ritmo evolventes,
una inquietud volátil,
un delirio estremecedor,
una luz de amanecer,
una fruta musical
caída de la rama del árbol vivo del aire.

Tu diminuto corazón asustado
es tan puro como el cielo en que moras,
como la llama de una estrella perdida.

—¡Brutal, despiadado cazador!
Retira, piadosa, la escopeta
y deja volar a este diminuto corazón alado,
extraviado en la misteriosa luz del universo.

Carlos Etxeba

¿Del mar?
Las espumas.
¿Del lago?
Las brumas.
De tu cara hermosa
las sonrisas tunas.

¿Del jardín?
La rosa
¿Del amor?
La diosa.
De tus dulces ojos
la expresión sabrosa.

¿Quién no te supiera
decir la verdad
y no se admirara
de tanta beldad?

¿Quien no te quisiera
tener, sin pensar
que quizás perdiera
toda libertad?

¿Del huerto?
Los brezos.
¿De tu amor?
Los rezos.
De tu ardiente cuerpo
los profundos besos.

Carlos Etxeba

Dadme le yelmo y la espada
que quiero defender a una doncella
que anda por este mundo deshonrada.

—¿Pero, hijo mío, no ves que no se estila
ni el yelmo, ni la espada?
¡Que no son tiempos de esas armas blancas!
¡Solo de atómicas muy sofisticadas!

¿Para qué quieres un yelmo tan antiguo?
¿A quién podrás herir con esa espada?

—El yelmo es para defenderme de la envidia,
único mal terrible que me espanta,
herencia de los siglos que en la cuna
se hereda y se amamanta.

La espada existencial de limpio filo
y acero espiritual que corta y saja
es para aniquilar las mil cabezas
de un gran dragón que a las princesas mata.

¡El yelmo es la paciencia y la palabra
es la espiritual y fina espada!

—¿Y quiénes son esas doncellas tristes,
desnudas, deshonradas que me hablas?

—Son la JUSTICIA  y la VERDAD, desnudas,
sin cadenas, ni hierros que las atan.

Un gran relincho sofocante escucho.
Trote agitado en la noche estrellada
y Rocinante pasa cabalgando
entre espesas tinieblas enlutadas.

Monto sobre él, me pongo la armadura.
Blando en el viento la celeste espada
y comienzo a recorrer el ancho mundo,
defendiendo a las princesas deshonradas.

Carlos Etxeba

¡Los montes de mi tierra
qué paz y amor encierran!
¡El roble, los hayales
las altas verdes sierras!

Siguiendo mi camino,
 andando entre los pinos,
sonrío ante la aurora
que el viento tibio dora.

¡Qué amor, qué paz, qué sino,
gozar de este destino
de ver salir la aurora
que en todo pecho mora,
para después perderla
desvanecida en la hora!

Las cumbres coronadas
del mar siempre mojadas.

Los valles, los rebaños
que pasan cual los años
y que abren más la herida
que en mi alma está metida.

Los bosques y arboledas,
las huertas y las eras.

Las nubes reposadas
de mar siempre pintadas.

Los pájaros cantores
tan solo para amores.

La fuente y el arroyo
que ofrecen siempre apoyo
y el viejo caserío
que azota el viento frío.

¡Los montes de mi tierra
qué paz y amor encierran!

¡El roble, los hayales,
las altas verdes sierras!

Carlos Etxeba

La languidez del aire entre las rosas
que dulcemente inhalan  los sentidos,
es un suspiro leve de remanso
en esta noche melancólica de plata.

Apenas suena el aire ni se mece.
Apenas suena el agua enloquecida de reflejos
en el arroyo oscuro,
si no es el salto de una rana leve,
celosa de un lucero entre los charcos.

La languidez del aire entre las rosas,
viene del remolino de la luz y el aire
en las mismas rosas ascendidas por tu verja
y luego desmayadas candorosas de sus pétalos.

Apenas se oye el dulce respirar de tus latidos,
unidos para siempre a mis sentidos.

¡Somos un corazón ardiente en plena noche,
un abrazo cerrado por mil besos,
una ilusión viviente, sin sentido!

¿Qué sentido tiene retener tus besos
si alocados, se escapan cual suspiros?

¿Qué sentido tienen tus caricias,
si huyen y se escapan al olvido?

¡La languidez del aire entre las rosas
en una noche melancólica de plata!

¡La languidez de ensueños revividos!

Carlos Etxeba