Lo nuestro, no fue nuestro, solo mío en una tarde ciega
de crepúsculos turbulentos.
Lo tuyo no fue tuyo, sólo mío,
cuando tembló la tarde, como una hoguera que se apaga.
Bastaron tres palabras solamente.
Fue como si fueses humo, cuando miras
como si todo fuera solo mío, cuando pasas.
Te abrasaba la llamarada del poniente,
envuelta en indiferencias falsas.
¿Por qué arañaba mi frente tu mirada,
dejando cinco huellas rojizas de un zarpazo
en plena cara?
¿Qué tiempo impersonal ven tus ojos, cuando miras
de frente y callas?
¿Tiempo de brumas desgajadas en las cumbre
de una tarde amortiguada que se acaba?
Ya no hablas, solo miras
Y parece que asesinas, cuando callas.
No pronunciar nada en un momento,
es pronunciar a un tiempo mil palabras.
Palabras barridas por el viento
y que al final no sirvieron para nada.
La mano del viento amontonó tus palabras
y las esparció luego por el aire,
por encima de las nubes, de las olas,
por encima de las cumbres arriesgadas,
por encima de tus ojos suspicaces,
por encima de intenciones solapadas.
Cerraste de un portazo los ojos atrevidos,
repletos de miradas
y se rompió en mil pedazos de repente
el cristal delicadamente tenue de tu alma.
Carlos Etxeba