A Lazo y al resto de niños desahuciados

Tan sólo de tu propio llanto eres dueño
y ya te atreves a señalar al mundo
con tu minúsculo dedo.
Vienes del Kurdistán,
acarreando un corazón roto
a pesar de tus escasos 56 días
y tienes la fuerza suficiente
para sostener esa bomba de vida averiada.

No se si me mueve la paz
o el repentino deseo de encontrarla
—dulcísima criatura—
pero sé que son verdad la vida
y la noche que te cruzó el desierto.

Llegas al Madrid de los milagros
—tronco de aire—
gracias a la enferma justicia del azar,
con la vida en un hilo.

En esta ciudad de corazones necrosados,
de arterias podridas, traicionadas,
o habitantes sin espíritu,
bien sabemos que, como tú,
allí quedaron tantos otros niños anónimos
esperando que esa justicia casual les señale.

¿Abrirás tú el bisturí del mundo,
ese que no sabe cortar verdades,
si acaso cerrar bocas incómodas?

Madrid, 9 de junio de 2005

Bernardo Bersabé

Rompiendo horizontes,
perpetuando una tradición
que nunca les dio nada,
llegaban con sus bocas transparentes
—tiernas fieras al acecho—
en busca de otra herida
que les restaure a la vida:
el castizo vudú del amor

Modistillas de escaparate,
rodeaban el lateral izquierdo
del deseo —caminata celestial—
ojos abiertos como gaviotas,
—trece lágrimas de argenta—
con la mano oculta,
aún sin mancha delatora.

Sentían frío del espacio,
la carne vacía era
su propia metáfora
y allí, jugando con espejos,
rodeadas de tanta multitud,
se bautizaban un año más
en el agua del abandono.

Si aquella fuente fue la vida
—sacrílega, cruenta, callada—
¿qué hacer aquí arrastrando
el cansancio ardiente de vivir?

¡Tanta buena esperanza!
¡Tanto humo blanco!
                                     Y al final,
la vida es tan sólo esto:
una finísima palabra adherida
en un alfiler de sangre.

Madrid, 14 de junio de 2005

Bernardo Bersabé

Abandonadas cosas que
el agua arrastraba,
inundándolas de muerte:
un juguete de colores,
una media de seda,
el marco de plata de la boda,
una columna de ceniza.

Todo en un agua olvidada,
insolidaria y fascista,
donde los muertos
nadan con dulzura hacia el mar,
donde las ruinas cambian
el color de las calles,
donde el ser humano revela
sus más bajos instintos.

Aterradora jerarquía del dolor.

Madrid, 30 de septiembre de 2005

Bernardo Bersabé