he aquí que daniela un día conversó con losángeles
ligeramente derrumbados sobre sus senos góticos
fatigados del trance pero lúcidos lúbricos
y daniela advertía sus símiles contrarios
las puertas que se abren para seguir viviendo
las puertas que se cierran para seguir viviendo
en general las puertas sus misiones sus ángulos
ángulos de la fuga las fugas increíbles
los paralelogramos del odio y del amor
rompiéndose en daniela para dar a otra puerta
con la ayuda de drogas diversas y de alcoles
o de signos que yacen debajo del alcol
o daniela sacándose los corpiños sacándose
los pechos distanciados debido al ejercicio
del amor en contrarias circunstancias mundiales
daniela rocca loca dicen los magazines
de una pobre mujer italiana por cierto
que practicaba métodos feroces del olvido
y no mató a sus padres y fue caritativa
y un día de setiembre orinó bajo un árbol
y era llena de gracia como santa maría


Juan Gelman

hasta mañana/compañeros/ahora
siguen las lógicas del muerto/
la pudrición/la descomposición/
hasta mañana hasta mañana/
aplaudiría al pajarito
que se volara de vos/rodolfo/
después de haber comido sangre
que resbalaba por tus lentes/
a la iguana llena de luz
que revisó las entrañas del
haroldo y comió de haroldo/
iguana rápida de luz/
será mañana que veamos
o nos veamos/no nos veamos/
o sea que muerto yo alcanzara
a ver tu talón/paco/brillar
bajo el suelo donde yacés
con calavera pensativa
por nosotros/pobres de vos/
talón nocturno crepitando
como políticas rabiosas
para matar al enemigo
hoy absolutamente hoy/
talón que pisa el tiempo y parte/


Juan Gelman

qué lindos tus ojos/
y más la mirada de tus ojos/
y más el aire de tus ojos cuando lejos miras/
en el aire estuve buscando:

la lámpara de tu sangre/
sangre de tu sombra/
tu sombra
sobre mi corazón/


quí lindus tus ojus/
il mirar di tus ojus más/
y más il airi di tu mirar londji/
nil airi stuvi buscandu:

la lampa di tu sangri/
sangri di tu solombra/
tu solombra
sovri mi curasón/


Juan Gelman

ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida


Alejandra Pizarnik

Ya puestos en camino,
la fuerza propulsara de la marcha
nos impele a seguir, con la serena
actitud, sin desmayos, de la causa
sustentadora de un ideal glorioso,
que luce sus ensueños de esperanza
como flámulas rojas que flotasen
en jirones de carnes torturadas.
Nos impele a seguir. Siempre la brega
deja un poco de fiebre sobre el alma,
en la frente un fulgor, y en la pupila
la radiante visión de las etapas,
etapas de dolor, hechas teorías
de credos inefables, de parábolas
de lengua incomprendida que pasasen
en la locomoción de las audacias,
¡Como una blanca tropa de lirismos
por inmortales rutas incendiadas!

Preciso es continuar. Todas las dudas
que agobian la cabeza con su carga,
son grilletes fatales del cerebro
y su sitio mejor está en la espalda.
Arrojémoslas, pues. En el avance
hay un cóndor audaz que no se arrastra:
cóndor es la pasión, jamás sujeta,
de las vidas enfermas de ser sanas.
¡Con rumbo hacia lo azul: aunque deslumbre
lo intenso de la luz, hay que mirarla!
Los primeros fulgores
quemarán, tras la noche de las ansias,
la primera visual que los descubra
ocultos en la sombra impenetrada,
así como una antorcha cuyo fuego
ardiese el brazo que la levantara.

¡Insanías de amor, que los enfermos
del manicomio de ese Ideal contagian!
¡Locos, venid! Yo quiero aquí, en el canto,
soltar al viento un corazón con alas:
Los discretos normales podrán sólo
arrojarnos las piedras de sus lástimas
¡No haya vacilación! El derrotero
se ha poblado de enérgicas constancias,
pero, porque no siempre en el peligro
hay carne de temblores libertada,
también es necesario
hacer que resplandezcan llamaradas,
del fecundo calor de un entusiasmo,
en la quietud mortal que todo embarga,
¡Como una floración de primaveras
en el propio país de las escarchas!

Si se llagan los pies en el camino,
más firme, mucho más, será la marca:
en la senda candente que cruzamos
se ve mejor la huella ensangrentada.
Alienten la Epopeya,
los himnos fraternales de esperanza
alzados entre vítores y músicas
con el clamor de las protestas bravas,
como un beso de paz sobre una inmensa
cicatriz que dejase la jornada,
y en cármenes de púrpura
resurjan reventando sus fragancias
¡Todas las rosas del Amor perenne
que perfuman la enorme caravana!

Y en el salmo coral, que sintoniza
un salvaje ciclón sobre la pauta,
venga el robusto canto que presagie,
con la alegre fiereza de una diana,
que recorriese como un verso altivo
el soberbio delirio de la gama,
el futuro cercano de los triunfos,
futuro precursor de las revanchas,
el instante supremo en que se agita
la visión terrenal de las canallas,
los frutos renovados
en la incesante fuerza de las savias,
del germen luminoso que cayera
en el resurgimiento de las almas,
¡Como una rubia polución de soles
en el vientre del surco derramada!

¡Un ensueño en camino,
que sufre la obsesión de la montaña,
bajo la plenitud de las auroras
que alumbran los tropiezos de la marcha!
No hay obstrucción posible: es el Principio
la promesa del Fin. ¡Arde en la llama
de la hoguera moral, el negro escombro
de la atávica Torre de ignorancias,
madre de ese temor: lo incognoscible,
cuyos tupidos velos desgarrara,
en la prisión intelectual más honda,
rechazando el concepto de la Nada
la verdad de la Ciencia hecha Justicia
al procesar la Esfinge del Nirvana!

La gesta de las causas en los siglos,
no ha bordado poemas en sus páginas.
El libro de los mártires no tiene
sino una historia de grandezas trágicas,
de sangre floreciendo en el tormento
sus azucenas que parecen lacras
¡Clarín de los suplicios cuyas voces
en las generaciones se dilatan!
Toda Idea fue así. ¡Dolor bendito
de heridas que supuran enseñanzas!
Al lado de la Cruz está la Horca,
y es bueno no quererlas separadas
¡El leño o el dogal: hablen las épocas,
pues la Cruz y la Horca son hermanas!

¡Y por eso en la lidia,
camino al porvenir de la Cruzada,
coronando el pendón de las bravuras,
los trofeos, aún tibios, se levantan,
como ejemplos viriles anunciados
en la fulguración de la escarlata,
desde sórdidos púlpitos sangrientos
por muertos sacerdotes que aún tronaran
palabras de rencor hechas conjuros,
predicando el sermón de las venganzas!

Triste labor del Odio,
que desata sus hordas de amenazas,
diciendo su creación demoledora
a las hoscas angustias de la Raza.
Los tremendos instantes de la prueba
saben de los martillos que no aplastan
los ímpetus hermosos, más hermosos
después del golpe que sobre ellos baja,
y en la espera, nerviosa, del momento
del derrumbe final, la última etapa,
a través de las brumas sigilosas
que pueden ocultar la Ciudad blanca,
se descubren, allá, en otro horizonte,
espléndidas auroras que se alzan,
los risueños Orientes ¡Bienvenidos!
Los iris eternales del mañana,
¡Arcos gloriosos de los triunfos nuevos
por donde toda la Epopeya pasa!

Y tras el loco batallar de siglos,
así como después de la jornada
en infinitas gotas se traduce
la honra del sudor sobre las caras,
sobre las rudas frentes, pensativas
como un viejo Pesar que meditara,
la cicatriz de sangre se resuelve
en agua de Perdón que todo lava,
en agua dulce y bautismal, borrando
las huellas más infames, más amargas,
¡Como un Jordán de olvido que quitase
hasta el recuerdo mismo de las manchas!

Preciso es continuar, cada desmayo
hace ver insalvables las distancias.
En la estéril noción de lo imposible,
los músculos morales se relajan,
y en el afán que el miedo empequeñece
se ven lejos las cumbres más cercanas.
La formidable voz de anunciaciones
estremece el ambiente con sus vastas
repercusiones de tonantes notas,
cubriendo las necrópolis de calmas.
La anunciación postrer que se divulga
con los alertas de cerebros guardias.
Muertos odios que vuelven en caricias
las opresiones de la lucha bárbara,
¡Como una herida que revienta en flores
y perfuma las vendas maculadas!

Ya puestos en camino,
no se esquiva el obstáculo: se aparta.
La senda libre de cualquier tropiezo
nunca fue la más digna de la planta
encallecido en la ascensión penosa
del breñal que la suerte deparara.
¡Así va la legión, atravesando
los últimos espacios que separan
del rumbo abierto al porvenir soñado,
como ruta augural, por donde marchan
las sombras fugitivas del silencio,
en larga proyección, cantando hosannas
si triunfantes por fin, y si vencidos,
cayendo frente al Sol, como las águilas!

Evaristo Carriego

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.

Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
A nadie interesa saber que me nombras.

Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueño. Romántica loca
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
De todo te olvidas ¡Cabeza de novia!

Evaristo Carriego

Como otras veces cuando la angustia
le finge graves cosas hurañas,
la infeliz dijo, después que el rojo
vómito tibio mojó la almohada,

las mismas quejas de febriciente,
las mismas quejas entrecortadas
por el delirio, las que ella arroja
como un detritus de la garganta.

Bajo el recuerdo remoto y vivo,
jornadas rudas de su desgracia,
rápidos cruzan por la memoria
sus desconsuelos de amargurada:

desde el sombrío taller primero
que vio su carne cuando era sana
hasta la hora de la caída
de la que nunca se levantara.

Porque era linda, joven y alegre
ascendió toda la suave escala:
supo del fino vaso elegante
que vuelca las flores en la cloaca.

Porque a su abismo lo creyó cumbre,
leves mareos de la esperanza
quizá embriagaron sus realidades
puesto que huyeron sin inquietarla,

y la salvaron de los hastíos
que levemente la desolaran,
como poemas sentimentales,
largos idilios de cortesana.

Después terrible, llegó el descenso,
y hubo agonías de lucha infausta:
el tren lujoso, los bares de moda,
últimas glorias de consagrada

ya no volvieron a mecer tiernas
ensoñaciones interminadas,
ya no volvieron ansias ocultas
de las novelas de fe romántica,

ni a obsedar, tristes, sus aventuras
las heroínas que ella imitara,
pues, desde entonces, casi insensible,
vivió la vida de una de tantas

y enamoróse de un orillero,
por un capricho, porque ostentaba,
como un orgullo jamás vencido,
adorno y premio de sus audacias,

una imborrable cicatriz honda
sobre su rostro: cartel de cara,
brutal nobleza, blasón sangriento
que con fiero arte grabó la daga.

La vio el suburbio pasar risueña,
porque en sus horas inconfesadas
de peregrina de los burdeles
fue la devota que amó las llagas,

y a su belleza rindió homenaje
la inmunda jerga que deshojaba
en delictuosas galanterías
rosas obscenas para sus gracias,

la jerga inmunda, que en madrigales
volvió la torpe frase guaranga
de los celosos apasionados,
que bravamente, como ofrendadas

invitaciones de amor, lucían
vivos claveles en la solapa,
largos reproches en sus cantares
y torvas iras en las miradas

sus caballeros, esos a quienes
por su coraje, la roja heráldica
de las pendencias y las prisiones
dio pergaminos de aristocracia.

Más tarde el otro. Las exigencias,
las tiranías de aquel canalla
que ella mantuvo, las indecibles
horas de eterna mujer golpeada,

siempre el azote como caricia
sobre sus lomos que soportaron
sin rebeliones de carne esclava:
¡Lomos de pobre bestia sufrida,
de pobre bestia ya reventada!

Y aquella noche, ¡Noche tremenda!
en que sintiendo la horrible náusea
del primer vómito, que arrancó el golpe
del bruto infame, loca de rabia,
embravecida, con todo su asco
le escupió al rostro su sangre insana.

Y otra vez, y otra, feroz recuerdo
del miserable, lleva la marca,
lleva el estigma que dejó el tajo
con que, al marcharse, le abrió la cara.

Después, enferma Los sufrimientos,
las mentirosas voces de lástima
o los insultos jamás velados:
¡La vida puerca, la vida mala!

Perdió en el lecho sus atractivos,
Y así, destruida la antigua gracia,
ya no hubo triunfos, pues los deseos
para saciarse la hallaron flaca.

Por eso a solas, hoy, en el cuarto
donde se muere, donde le arranca
hondos gemidos la tos violenta,
la tos maldita que la desangra,
bajo la fiebre que la consume
tiene rencores de sublevada,
¡Tiene unas cosas! ¡Oh, si pudiera
con los pulmones echar el alma!

Por eso grita su queja inútil
de inconsolable, la queja aciaga,
inofensiva, porque en su boca,
son estertores de amordazada,

las frases duras que va arrojando
como un detritus de la garganta
llena de angustias, al mismo tiempo
que los pedazos de sus entrañas.

Evaristo Carriego

Así anda la pobre, desde la fecha
en que, tan bruscamente, como es sabido,
aquel mozo que fuera su prometido
la abandonó con toda la ropa hecha.

Si bien muchos lo achacan a una locura
del novio, que oponía sobrados peros
todavía se ignoran los verdaderos
motivos admisibles de la ruptura.

Sin embargo, en los chismes, casi obligados,
de los pocos momentos desocupados,
una de las que cosen en el taller

dice y esto lo afirma la propia abuela,
que desde que ella estuvo con la viruela,
él, ni una vez siquiera, la ha vuelto a ver.

Evaristo Carriego

¿Conque estás decidida? ¿No te detiene nada?
¿Ni siquiera el anuncio de este presentimiento?
¡No puedes negar que eres una desamorada:
te vas así, tranquila, sin un remordimiento!

¡Has sido tanto tiempo nuestra hermanita! Mira
si no te desearemos un buen viaje y mejor suerte,
tu decisión de anoche la creíamos mentira:
¡Qué tan acostumbrados estábamos a verte!

Nos quedaremos solos. ¡Y cómo quedaremos!
Demás fuera decirte cuánto te extrañaremos:
y tú, también, ¿Es cierto que nosextrañarás?

¡Pensar que entre nosotros ya no estarás mañana!
Caperucita roja que fuiste nuestra hermana,
Caperucita roja, ¿No te veremos más?

Evaristo Carriego

Mientras dice la lluvia en los cristales
sus largas letanías fastidiosas,
me aduermo en las blanduras deliciosas
de las tibias perezas invernales.

El humo del cigarro en espirales
me finge perspectivas caprichosas,
y en la nube azulada van las cosas
insinuando contornos irreales.

¡Qué bueno es el diván en estas frías
tardes, fatales de monotonías!
¡Qué bien se siente uno, así, estirado

con una pesadez sensual! ¡Quisiera
no moverme de aquí! ¡Si se pudiera
vivir eternamente amodorrado!

Evaristo Carriego