Por ti, mujer divina, en éxtasis levanto
las notas que despide mi tétrico rabel;
por ti, mujer que enciendes el fuego sacrosanto
que al cundir por mis venas enaltece mi ser.

Por ti, mujer divina, hermosa luz sin sombra
transpórtame a los cielos excelsa beatitud,
y quisiera a tus plantas tenderlas por alfombra
las trémulas estrellas que brillan en el tul.

Si a Dios por un momento su Fiat arrebatara
tan sólo me ocupara de hacerte muy feliz
y sin goces al cielo ya la tierra dejara
por dártelo ¡divina! por dártelos a ti.

Porque el amor inmenso que dentro el alma brota
ese amor le da vida al muerto corazón,
así como da vida la transparente gota
al pétalo rugado que el viento marchitó

Es tu alma como mi alma, ardiente como fuego
y mi alma sin tu alma no puede ya vivir:
yo quiero poseerte y condenarme luego,
que hasta la eterna gloria despreciara sin ti.

Yo que lloré perdida la luz de la esperanza
yo que el horrible cáliz del dolor apuré,
aun miro, porque te amo, brillar en lontananza
un porvenir de dicha… Eres mi última fe.

Y yo te necesito, así como alimento,
así como del agua necesita la flor,
así como las aves necesitan del viento,
así como la tierra necesita del sol.

Si tomo entre mi mano esa tu mano blanca,
y la llevo a mi seno convulso del placer,
yo siento que un suspiro del corazón se arranca,
suspiro que me lleva de Dios hasta el dosel.

Si vieras que de noche, rendido, abandonado,
aunque el sueño me venza, pensando estoy en ti,
y tu virgíneo rostro de blanca luz bañado
como ángel de mi guarda, le miro junto a mí.

            II

En ti nada más pensando
y tu imagen siempre viendo,
y contigo delirando,
y en sueños contigo hablando,
mi vida estoy consumiendo.

Que mis pensamientos son
tuyos, tuya mi existencia,
y tuya la pulsación
que agita mi corazón
con volcánica violencia.

Eres la dicha a que aspiro;
eres la luz con que veo;
eres aire que respiro;
eres la Virgen que admiro;
eres el Dios en que creo.

            III

Y yo, mujer, te juro guardar inmaculado
en lo íntimo del alma tu divinal amor;
que si tu amor me falta, seré desventurado;
y entonces, no lo dudes, me arranco el corazón.

Antonio Plaza Llamas

Quiso mostrarte la clemencia santa
y te infundió su soberano aliento,
puso en tus ojos luz de firmamento
y del ángel el trino en tu garganta.

Y admirándose al ver belleza tanta,
Baja —te dijo— al valle del tormento,
y cuando el hombre en negro desaliento
clame: ¡NO EXISTE DIOS! mírale y ¡canta!

Y tú, cisne del cielo, la armonía
nos revelas del cielo al escucharte;
yo, que olvidando al cielo ya tenía,

enviada del Señor, quiero cantarte,
que aunque la fe del alma apagó el llanto,
donde Dios se revela, allí le canto.

Antonio Plaza Llamas

Feliz el que recuerda al llegar a su cumpleaños,
las horas que vinieron preñadas de placer;
feliz quien no ha sufrido terribles desengaños;
feliz el que no bebe la copa de la hiel.

Feliz el que recoge sin pena en su camino
las flores de la vida que el cielo perfumó;
feliz el que no lucha con bárbaro destino,
feliz el que no pierde, luchando, el corazón.

Feliz el que acaricia la faz de la esperanza;
feliz el que se duerme soñándose feliz:
feliz el que despierto contempla en lontananza
bordados de placeres, brillante porvenir.

Feliz el que transita su ruta de ilusiones,
llevando ante los ojos la venda de la fe;
feliz el que no sabe qué negras decepciones
arrancan esa venda. Feliz el que cree.

¿Eres feliz, Loreto? ¿Iguales y tranquilas
tus horas se desprenden, trayéndote quizá,
ventura tras ventura? ¿O acaso en tus pupilas,
del infortunio sientes las lágrimas temblar?

Yo miro en tu semblante un algo que entristece,
señora, yo adivino que no eres tú feliz:
tal vez una esperanza en tu alma desfallece;
tal vez, una creencia ha muerto para ti.

¿Por qué si Dios te hizo tan buena como hermosa,
tus ojos impregnando con luces del Edén:
por qué permite, dime, que pena silenciosa
tu corazón transita, simpática mujer?

¿Por qué misterio triste tú seno deposita?
¿Por qué te enluta el alma la noche de pesar?
¿Y por qué todos sufren, Loreto, en la maldita
tierra, en la que se vierte de lágrimas raudal?

Nunca hablas de tu pena; pero sé que padeces,
aunque quieras tu alma de mártir esconder.
A mí con tu tristeza, señora, me entristeces,
que yo también padezco al verte padecer.

Feliz si yo pudiera, hermosa infortunada,
derramar en tu herida un bálsamo feliz,
y tus pesares todos leer en tu mirada
y al quitártelos todos, tomarlos para mí.

Feliz fuera, Loreto, si acaso conocieras
cuánto mi pecho apena tu negro padecer,
y como te comprendo también me comprendieras,
que dos infortunados compréndanse muy bien.

Perdona si me atrevo tu pena a recordarte
en la bendita fecha que marca tu natal;
ojalá que pudiera de gloria coronarte,
y a tus pequeñas plantas el goce encadenar.

Coplero sin fortuna, sólo tengo mi lira,
que bárbaro destino de luto la cubrió;
por eso es triste el canto, señora, que me inspira
el afecto que siente por ti mi corazón.

Dios quiera que tranquila resbale tu existencia;
Dios te dé más placeres que goces me dio a mí;
Dios haga que te halaguen con su divina esencia
las flores purpurinas, encanto del abril.

Dios quiera que recuerdes, en cada cumpleaños,
las horas que pasaron preñadas de placer;
Dios quiera que no sufras terribles desengaños;
Dios quiera que no apures… la copa de la hiel.

Antonio Plaza Llamas