Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado
vi venir seña bermeja
con trescientos de caballo;
un pendón traen sangriento,
de negro muy bien bordado,
y en medio de los trescientos
traen un cuerpo finado;
Fernand Arias ha por nombre,
hijo de Arias Gonzalo.

A la entrada de Zamora
un gran llanto es comenzado.
Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijasdalgo;
sobre todas lo lloraba
esa Infanta Urraca Hernando,
¡ y cuán triste la consuela
el buen viejo Arias Gonzalo!:

—¡Callad, mi ahijada, callad,
no hagades tan grande llanto;
por un hijo que me han muerto,
vivos me quedaban cuatro;

que no murió entre las damas,
ni menos tablas jugando,
mas murió sobre Zamora,
vuestra honra resguardando!
¡Ay de mí, viejo mezquino!
¡Quién no te hubiera criado,
para verte, Fernand Arias,
agora muerto en mis brazos!

Ya tocaban las campanas,
ya llevaban a enterrarlo
allá en la iglesia mayor,
junto al altar de Santiago,
en una tumba muy rica,
como requiere su estado.

Anónimo

Lunes era, lunes
de Pascua florida,
guerrean los moros
los campos de Oliva.
¡Ay campos de Oliva,
ay campos de Grana,
tanta buena gente
llevan cautivada!
¡Tanta buena gente
que llevan cautiva!,
y entre ellos llevaban
a la infanta niña;
cubierta la llevan
de oro y perlería,
a la reina mora
la presentarían.
—Toméis, vos, señora,
esta cautivita,
que en España toda
no la hay tan bonita;
toméis vos, señora,
esta cautivada,
que en todo tu reino
no la hay tan galana.
No la quiero, no,
a la cautivita,
que el rey es mancebo,
la enamoraría.
—No la quiero, no,
a la cautivada,
que el rey es mancebo,
la enamorara.
—Mandadla, señora,
con el pan al horno,
allí dejará
hermosura el rostro;
mandadla, señora,
a lavar al río,
allí dejará
hermosura y brío.

Paños de la reina
va a lavar la niña;
lloviendo, nevando,
la color perdía;
la niña lavando,
la niña torciendo,
aun bien no amanece
los paños tendiendo.

Madruga Don Bueso
al romper el día,
a tierra de moros
a buscar amiga.
Hallóla lavando
en la fuente fría:
—Quita de ahí, mora,
hija de judía,
deja a mi caballo
beber agua limpia.
—¡Reviente el caballo
y quien lo traía!,
que yo no soy mora
ni hija de judía,
sino una cristiana
que aquí estoy cautiva.
—¡Oh qué lindas manos
en el agua fría!,
¿si venís, la niña,
en mi compañía?
¡Oh qué blancas manos
en el agua clara!
¿si queréis, la niña,
venir en compaña?
—Con un hombre solo
yo a fe no me iría,
por los altos montes
miedo te tendría.
—Juro por mi espada,
mi espada dorida,
de no hacerte mal,
más que a hermana mía.
—Pues ir, caballero,
de buen grado iría.
¿Paños de la reina
yo qué los haría?
—Los de grana y oro
tráelos, vida mía,
los de holanda y plata
al río echarías.
Y digas, la niña,
la niña garrida,
¿has de ir en las ancas
o has de ir en la silla?
—Montaré en las ancas
que es más honra mía.

Tomóla don Bueso,
a ancas la subía.
Tierras van andando,
tierras conocía,
tierras va mirando
da en llorar la niña.
—¿Por qué lloras, flor,
por qué lloras, vida?,
¡maldígame Dios
si yo mal te haría!
—¡Ay campos de Grana,
ay campos de Oliva,
veo los palacios
donde fui nacida!
Cuando el rey mi padre
plantó aquí esta oliva,
él se la plantaba,
yo se la tenía,
mi madre la reina
bordaba y cosía,
yo como chiquita
la seda torcía,
mi hermano don Bueso
los toros corría;
yo como chiquita
la aguja enhebraba,
mi hermano don Bueso
caballos domaba.

¡Abrid puertas, madre,
puertas de alegría,
por traeros nuera
traigo vuestra hija!
—¡Si me traes nuera,
sea bien venida!
Para ser mi hija,
¡qué descolorida!
—¿Qué color, mi madre,
qué color quería,
si hace siete años
que pan no comía,
si no eran los berros
de una fuente fría
do culebras cantan,
caballos bebían?
¡Si no eran los berros
de unas aguas margas
do caballos beben
y culebras cantan!
¡Válgame Dios, valga,
y Santa María!
¡Ay campos de Grana,
ay campos de Oliva!

Anónimo

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

Anónimo

En Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.

—Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo;
traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos,
las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.

Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:
—Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,
ni Papa descomulgado.
Jura entonces el buen rey
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:
—Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.
—Aqueso será, buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.
—¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas,
desde este día en un año!
—Que me place —dijo el Cid—.
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno
yo me destierro por cuatro.

Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados,
las cadenas deja llenas
de podencos y de galgos;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con el iban los trescientos
caballeros hijosdalgo;
los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.

Anónimo

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo: Atribuido a Santa Teresa

¡Quién hubiera tal ventura   sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos   la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza   para su falcón cebar,
vio venir una galera   que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,   la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,   tablas de fino coral.
Marinero que la guía,   diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,   los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,   arriba los hace andar;
las aves que van volando,   al mástil vienen posar.
 Allí habló el infante Arnaldos,   bien oiréis lo que dirá:
—Por tu vida, el marinero,   dígasme ora ese cantar.
 Respondióle el marinero,   tal respuesta le fue a dar:
—Yo no canto mi canción   sino a quién conmigo va.

Anónimo

—¡Rey don Sancho, rey don Sancho!,   no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora   un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos,   hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho,   y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre,   mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real:   —¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos,   ¡gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto,   metiose por un postigo,
por las calle de Zamora   va dando voces y gritos:
—Tiempo era, doña Urraca,   de cumplir lo prometido.

Anónimo

Un sueño soñaba anoche   soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,   que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,   muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?   ¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,   ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante:   la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,   déjame vivir un día!
—Un día no puede ser,   una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba,   más deprisa se vestía;
ya se va para la calle,   en donde su amor vivía.

—¡Ábreme la puerta, blanca,   ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir   si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,   mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,   ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,   junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana   donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda   para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,   mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe;   la muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado,   que la hora ya está cumplida.

Anónimo

Fontefrida, Fontefrida,   Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas   van tomar consolación,
si no es la tortolica   que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar   el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía   llenas son de traición;
—Si tu quisieses, señora,   yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo,   malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,   ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,   turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,   porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,   ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,   malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga   ni casar contigo, no.

Anónimo

Ya cabalga Diego Ordóñez,   del real se había salido
de dobles piezas armado   y un caballo morcillo;
va a reptar los zamoranos   por la muerte de su primo,
que mató Vellido Dolfos,   hijo de Dolfos Vellido.

—Yo os riepto, los zamoranos,   por traidores fementidos,
riepto a todos los muertos   y con ellos a los vivos,
riepto hombres y mujeres,   los por nacer y nacidos,
riepto a todos los grandes,   a los grandes y a los chicos,
a las carnes y pescados   y a las aguas de los ríos.

Allí habló Arias Gonzalo,   bien oiréis lo que hubo dicho:
¿Qué culpa tienen los viejos?   ¿qué culpa tienen los niños?
¿qué merecen las mujeres   y los que no son nacidos?
¿por qué rieptas a los muertos,   los ganados y los ríos?
Bien sabéis vos, Diego Ordóñez,   muy bien lo tenéis sabido,
que aquel que riepta a concejo   debe de lidiar con cinco.
Ordóñez le respondió:   —Traidores heis todos sido.

Anónimo